A sus 99 años recuerda bien que sucedió aquella mañana del 25 de agosto de 1938. Se encontraba pescando con su padre cuando vio como un grupo de aviones empezaba a soltar bombas en el casco urbano. «Cuando llegaron a la Glea empezaron a lanzar bombas desde el puerto». A su llegada a tierra firme, se encontró con los incendios provocados por las explosiones y el caos de cientos de personas heridas y otras muertas. Para él no fue un simple bombardeo. «No estoy conforme con que digan el bombardeo de Torrevieja, porque fue el crimen de Torrevieja. En la ciudad no había nada y vinieron a arrasar» a la población. Hoy se apena al ver que muchos de los familiares de las víctimas no acuden a los actos que se han venido organizando durante años en su memoria. Cree que se impuso la ley del silencio y todavía hoy tienen miedo de hablar.