Lo dijo Esquilo, el clásico griego, hace más de 2.000 años, la primera víctima de una guerra es la verdad. Pues hace mucho menos tiempo y aquí, en Torrevieja, desde su consistorio, me contestaron con un lacónico, y yo diría que hostil, «aquí en Torrevieja nunca hubo un bombardeo». Lo hicieron cuando propuse por primera vez un recordatorio-homenaje institucional a las 19 víctimas de aquel 25 de agosto de 1938. He llegado a la conclusión, créanme, que si el negacionismo de un hecho histórico constituye una afrenta despreciable a nuestra memoria colectiva, mucho peor es la callada por respuesta. Están los que callaron por miedo o por instinto de supervivencia o por obligación y los que callan por complicidad o por vergüenza o por desconocimiento y apatía. Callan.

El 25 de agosto de 2015, por primera vez en nuestra Democracia actual, el alcalde de Torrevieja, el recién elegido José Manuel Dolón García y su equipo de gobierno, rompían institucionalmente la barrera del silencio y de manera sencilla, en un acto escueto pero emotivo, rindieron homenaje a los 19 ciudadanos torrevejenses muertos aquel año 38. Lo programaron en el lugar donde se eregirá algún día, o eso espero, el monumento alegórico de aquel siniestro bombardeo sobre nuestro pueblo, sobre su indefensa población civil. Pero una parte importante de Torrevieja no estuvo allí o al menos sus representantes municipales. Siguen callados, como ausentes. Espero, y lo digo con total sinceridad, que este 2016, mañana, 25 de agosto, rompan definitivamente ese silencio y se hagan presentes en el puerto y sea la ciudad entera la que, por unanimidad, se persone en el acto recordatorio de un bombardeo que no debió ocurrir y que nunca más volverá a ocurrir. Si, nunca más esas bombas porque, aunque todas caigan de los cielos nos transportan a todos a los infiernos. NUNCA MÁS.

He publicado en estos años pasados y en INFORMACIÓN, algunos artículos pidiendo voz y justicia para esas 19 víctimas torrevejenses. Pedía al fin y al cabo que se rompiera definitivamente ese muro invisible y persistente, casi infranqueable, que es el muro del silencio y por eso, quiero que me permitan declarar que el que va a guardar silencio ahora soy yo. Estas líneas que están leyendo son las últimas que escribo sobre el Bombardeo del 25 de agosto de 1938.

Quiero que sirvan de último abrazo, de último beso que mi madre, Carmen Andreu Cerezuela y yo, les mandamos desde aquí ya que no pudimos dárselo en vida y a modo de epitafio definitivo, a mi abuela Angeles Cerezuela Guardiola, a mi tía Angeles Andreu Cerezuela y a mi tío Manuel Andreu Cerezuela.

Ha llegado la hora de que hablen otros, de que hablen todos los demás. Sí, ha llegado la hora de que la verdad descanse en paz.