Johana soñaba con ahorrar cuanto pudiera para tomar un vuelo de regreso a Chile. Quería iniciar una nueva vida en su país de origen junto a sus hijos y a su familia. Los últimos años no habían sido fáciles. La crisis y el paro también le habían afectado, aunque trabajó durante largas temporadas en conocidos establecimientos hosteleros y en tiendas del centro comercial. Eso, unido a que frecuentaba con sus hijos el parque cercano a su casa, hizo que se convirtiera para muchos en una cara familiar en Torrevieja. «Pero no pudo volver a su amado país, rompieron su sueño y la alejaron de lo que más quería, sus hijos». Así la recordaba ayer una de sus amigas, una latina afincada en Torrevieja que acudió a la puerta del Ayuntamiento para guardar tres minutos de silencio en recuerdo de Johana Palma y mostrar su repulsa frente a la lacra de la violencia machista.

La conmoción por el hallazgo del cadáver de la mujer de 32 años era algo latente ayer en Torrevieja, especialmente en las calles del casco urbano tradicional. Tras conocer el suceso, probablemente algunos recordaron esos carteles que durante semanas permanecieron pegados en distintos puntos de la ciudad alertando de su desaparición. La mayor parte de ellos fueron colocados por integrantes de la comunidad latina residente en la ciudad salinera. Los que la conocían, como su gran amiga Claudia, tenían la certeza de que no se había marchado por voluntad propia. Y esa corazonada se convirtió en cruda realidad cuando trascendió el trágico desenlace.

Durante el sencillo tributo que le rindió ayer su ciudad adoptiva, Claudia no se separó ni un instante de la madre de Johana, Rosario González. Llegó de Chile hace un mes para colaborar en la búsqueda y gracias a que las amigas y amigos de su hija realizaron colectas de dinero para poder pagarle el billete de avión hasta España. Rota de dolor, ayer no podía ni articular palabra. Ni las muestras de cariño de la gente ni el apoyo que llegó ayer desde instituciones como el Ayuntamiento, el Consell o la Delegación de Gobierno sirvieron para dar aliento a una madre que todavía no asimilaba lo sucedido.

Sorprendidos

El triste final de Yohana fue un hecho que sorprendió a todos los que la conocían porque nadie había tenido constancia de que hubiera sufrido anteriores episodios de maltrato. Tampoco oyeron nada raro sus vecinos de la calle Ramón y Cajal, que recuerdan a la chilena por la eterna sonrisa que la caracterizaba. Ayer todavía miraban con ojos de asombro, rabia y bastante desconcierto la puerta del cuarto en el que se halló el cuerpo, siendo un lugar por el que cruzaban cada día al entrar o salir de sus casas.

Ningún vecino se quejó de que los medios de comunicación tomaran imágenes en el acceso al inmueble. Al contrario. Colaboraron en lo que pudieron. Quizá porque como explicó uno de ellos, todos creían necesario que los hechos de este tipo trasciendan a la opinión pública para hacer partícipe a la ciudadanía de que no se debe de mirar hacia otro lado cuando existe la mínima sospecha de que alguien puede estar siendo víctima de violencia de género.

Y eso es algo que evidenciaron ayer todos los que acudieron a concentraciones en su memoria, demostrando que es vital plantar cara a la lacra del machismo.