Manda la costumbre en Callosa que cada 5 de agosto alguien deje un farolico encendido en la sierra como recuerdo de una promesa. Como tributo a una historia que, como sucede en los pueblos que tienen memoria, se agranda y se engrandece con los años. Una historia que habla de un niño pastor y de un santo patrón. Habla de milagros y agradecimientos, y habla de la sierra y de la luz que sirve para recordar, y de un pueblo que no entiende las fiestas sin San Roque y sin esa gratitud que, como la costumbre, sirven para unir a la gente cada cinco de agosto en torno al Farolico de Venancio.

Se abren las fiestas con esta nutrida comitiva, recreación del camino que Venancio y sus descendientes hacían hasta los peñascos callosinos para dejar una humilde luminaria cuando comenzaba la novena a San Roque.

Como invocador del santo, propuesto tradicionalmente por los Amigos del Patrimonio de Callosa de Segura, Miguel Ángel Ferrández, quien realizó las pertinentes peticiones de protección y ayuda al Patrón de la ciudad. Muy orgullosa por el cargo, Inés Sala, la Niña Venancio propuesta por el Centro Excursionista, encargada de representar a aquel pequeño pastor de cabras, milagrosamente ileso tras despeñarse por la divina intervención roqueña. Como Niño Peregrino, Arturo Serna, rememorando el periplo europeo de este santo que la devoción convirtió en abogado contra la peste. La subida del Farolico, lo saben los callosinos y muchos vecinos de la Vega Baja, es el mejor anticipo de un programa cargado de actos lúdicos y festeros, que se intensifican el 11 de agosto y se prolongan hasta el día del patrón, el martes 16 de agosto. Ayer, al caer la tarde, el Farolico quedó un año más allá arriba, como un «puntico» de luz en la sierra.