Uno, que lleva unos cuantos años en esto de juntar letras, ha oído promesas de todo tipo y color, pero lo que más jode es que la mayoría de ellas se quedan en eso, en promesas. Se dice que el hombre es esclavo de sus palabras y dueño de sus silencios, máxima que, sobre todo en el caso de los políticos, no se suele tener en cuenta, por lo que se espeta lo que la gente quiere escuchar y luego pasa lo que pasa, que a los «protas» de turno les sacan los colores, pero a ellos, que son lo más de lo más, les resbala lo que se les diga, porque, como dice Joaquín Sabina, con la Mandrágora, «van a caballo» y son «jefes», aunque manden menos que el monaguillo de la basílica de San Pedro del Vaticano.

¿Un ejemplo?. Hace unos años, en ejercicio de mi profesión, acudí a una rueda de prensa, convocada por el Instituto de Neurociencias, de la UMH, en su campus de Elche, para informar sobre los avances en la investigación con células madre para tratar enfermedades como el alzheimer, el parkinson o la diabetes. El «artista» era Bernad Soria, que, posteriormente, fue ministro de Sanidad en la última etapa de Rodríguez Zapatero como presidente del Gobierno. El «lumbrera» -porque reconozco que lo es- se atrevió a decir que, en el plazo de diez años, se tendría una vacuna para hacer frente a estas enfermedades y, por otra parte, un tratamiento para «mejorar» la calidad de vida de quienes ya las padecían. ¡Dijo diez años!.

La verdad es que yo quería escuchar esto porque, entre otras cosas, mi padre tenía parkinson y yo era diabético. Mi padre murió -hace trece años con su enfermedad y yo, más de diez años después -¡bastantes más!-, sigo necesitando insulina porque mi páncreas no la genera. Al «investigador», en aquella comparecencia, le dije que no estaba bien crear falsas esperanzas en aquellas personas que aguardaban «un milagro» para no tener que depender de tantos fármacos y pinchazos. Han pasado más de diez años -y más de quince- y, ¡qué cosas, seguimos igual!. Pero claro, era lo que tocaba decir en ese momento, porque se estaba pidiendo mayor presupuesto para seguir «investigando».

El señor Soria terminó yéndose a Andalucía, porque allí mandaban -¡y mandan!- los «sosiatas» -los mismos que han «dejado temblando» la caja pública con lo de los ERE- y le prometieron fondos para seguir en lo suyo, aunque, más de diez años después, los «parkinsonianos», diabéticos y enfermos de alzheimer seguimos igual. ¡Eso sí, él trepó que ni os lo imagináis!. No sé que es de Bernad y su barba blanca, porque ha desaparecido del mapa, aunque, como el Guadiana, reaparecerá; ¡ya veréis!.

El otro día, en uno de los actos de las pasadas fiestas de la Reconquista de Orihuela, escuché a Joaquín Puig -o como se le llamaría, cariñosamente, en la Vega Baja, Quino Puig- decir que el Consell iba a apoyar la declaración de la Diablesa y el Oriol como Bien de Interés Cultural (BIC). Y lo dijo porque es lo que tocaba decir en una ciudad como Orihuela, que está que trina con la política lingüística de la Generalitat o, mejor dicho, del señor Marzá, que se está pasando por el arco del triunfo la identidad propia de una comarca como la Vega Baja, esa que excluyó de la Comunidad Valenciana el expresidente -¡qué cosas, también socialista!-, Joan Lerma, quien tuvo los «bembembes» de asegurar que el mapa autonómico iba desde Vinaroz hasta Guardamar, ninguneando poblaciones como Pilar de la Horadada, Torrevieja, Almoradí, Orihuela, Dolores o Cox, que es la que tiene mayor «renta per capita» de la provincia de Alicante.

¡Coño!, si Lerma se pasó por la entrepierna a la Vega Baja, ¿por qué ahora se nos quiere imponer el valenciano?. ¿Somos o no somos valencianos? Bascuñana, alcalde la Muy Noble, Leal y Siempre Fiel Ciudad de Orihuela, se lo explicó a Puig en el balcón del palacete de la Esquina del Pavo. Los oriolanos somos igual de valencianos que lo son otros de las poblaciones que configuran el mapa autonómico, pero tenemos unas connotaciones que nos hacen especiales y merecemos respeto, sin que nos quieran imponer algo por «güevos».

Por cierto, el mismo Quino Puig -¡desde el cariño!- prometió que el Rabaloche tendría pronto su reivindicado centro de salud, pero eso es lo que tocaba decir en ese momento. Lo cierto y verdad es que de la citada infraestructura sanitaria nunca más se habló, aunque los «sosiatas» oriolanos le echan la culpa a los «peperos». Me importa un «web» de quien sea la culpa, lo único cierto es que el ansiado centro de salud sigue durmiendo el sueño de los justos y que los rabalocheros, para pasar consulta médica, siguen yendo a un barracón.

¡Señores políticos, si todas las promesas que hacen quedan en «na», mejor absténganse de «ilusionar» al ciudadano! Quino, presidente, deja las cosas como están, porque total, tus apoyos parece que valen menos que un billete de dos euros!. ¡Ni se te ocurra «menear» lo de la Declaración de Interés Turístico para la Fiesta de la Reconquista, no vayas a gafarla!. ¡Es como lo de Bernad Soria, pero sin el como!. ¡Prometer hasta el meter y una vez metido olvidar lo prometido!.