Levante sanjuanero dura un verano entero. Este refrán de las gentes de la mar se está haciendo realidad en Torrevieja desde el inicio de la temporada estival. El levante persistente, viento húmedo, dominante en la costa torrevejense, es ideal para el cuaje de la sal en el fondo de la laguna y llega como anillo al dedo a la hora de introducir en sus aguas el armazón de las embarcaciones veleras en miniatura porque su recubrimiento en sal es pausado y menudo, pero constante. En definitiva: la cosecha salinera será abundante este año y los refulgentes grumos de sal en la arboladura y casco de los barcos alcanzarán un grado de perfección por encima de lo habitual. Antaño la llegada del verano significaba una bendición para Torrevieja y sus gentes. La abundancia de sal se transformaba en multitud de jornales.

En la actualidad, la multinacional francesa que explota las Salinas extrae de ellas las toneladas necesarias para cuadrar sus balances empresariales, aunque afortunadamente la economía local dejó de depender de la histórica mezquindad y paternalismo de las empresas adjudicatarias de las Lagunas de Torrevieja y La Mata. He mencionado tiempos pasados porque también en ellos la llegada del estío nos traía lo que hoy llamamos turismo y aquí denominábamos como «las huelgas». Les alquilábamos las casas, verano tras verano, y a excepción de algunos señoritos oriolanos y murcianos, quienes poseían vivienda propia, confraternizábamos con ellos. Por lo general volvían todos los años al mismo barrio y, en ocasiones, a la misma casa, cual golondrinas. Al proceder la mayoría de Murcia, Orihuela y la Vega Baja cuando finalizaba agosto pedían quedarse unos días más por si tenían suerte y llovía. El río Segura (hablo de la década de los años cincuenta y parte de los sesenta del pasado siglo), apestaba. De aquellos tiempos y veraneos siguen perdurando amistades. Aquel fue un turismo que hoy denominaríamos como sostenible. Las casas de planta baja, en cuyas «porchás» anidaban las golondrinas y dormían plácidamente su siesta «las huelgas», dejaron paso, con una rapidez inusitada, a edificios de cinco alturas. Al último alcalde del franquismo y los dos primeros socialistas les tocó bailar con la más fea. Calles abajo corrían los detritus. No había alcantarillado. Faltaba el agua corriente cada dos por tres y los apagones estaban al orden del día y de la noche. Como no podía ser de otro modo, la situación se fue estabilizando, a trancas y barrancas y los servicios básicos consolidaron el modelo turístico actual. Un turismo de segunda residencia cuyo comportamiento está a años luz del de antaño. En Torrevieja predominan, porque se construyeron y vendieron durante muchos años, las casicas más barata de casi toda España. A finales de los años setenta los bungalós adosados salían por 200.000 pesetas, con facilidades de pago. La inmensa mayoría de los chalés de primera línea de mar, los de los señoritos de rancio abolengo, también fueron reconvertidos en pisos. Los nuevos ricos y quienes disponían de medios, eligieron y siguen haciéndolo su segunda residencia, más o menos lujosa, en alguna urbanización decente del término municipal torrevejense. No alcanzo a abarcar hasta qué punto puede incidir el turismo barato en el comportamiento de quienes lo disfrutan (es un decir). Pero hay un hecho constatable: En los últimos tiempos, año tras año, el nivel de cabreo de quienes veranean en Torrevieja se ha elevado mucho. Se quejan, en ocasiones, de forma ruidosa por el precio de una simple caña y siguen insistiendo que en Madrid son más baratas las consumiciones.

Cuando lo cuento creen que es un chiste pero estuve presente en aquel comentario donde una persona forastera dijo con toda su alma que en Madrid los sellos de correos eran más baratos. Acostumbrados como estamos en este pueblo históricamente abierto al mar y por ello a las gentes de cien mil raleas, me permito aconsejar a los veraneantes que disfruten, que no se cabreen como monos por todo y menos con las algas de las playas porque con los levantes van a abundar a diestro y siniestro y, a este paso, como sigan tomándoselo tan en serio les va a dar una «alferesía». Sean positivos: pueden sacar partido de las algas. Conéctense a internet y verán las múltiples maneras para condimentarlas y comérselas cual manjar. Y, si lo prefieren, utilícenlas con fines medicinales. Háganlo siguiendo las instrucciones al caso. Todos los veranos saludo a una señora que sólo recoge algas verdes. Dice que las macera en alcohol del noventa y se «restriega» con ellas el cuerpo. No se cansa de afirmar que son mano de santo para el reúma.

Otra se lleva botellas de agua del mar para bebérsela. Y añade a un litro dos de agua dulce. Los efectos sobre la salud son mágicos, según asegura, pero la de los lavapiés playeros dejaron de llevársela desde que sale salada.