"Coco, mono y perricas para el cine». Así se decía en Torrevieja de aquellos que tenían como norma lo de: «Primero yo, después yo y si queda algo... para mí». Hemos dejado atrás una semana donde la estulticia -artera burda y manipulada- ha campado entre nosotros. Desde una perspectiva ajena a la manipulación no se puede entender la actitud de la Junta Mayor de Cofradías de la Semana Santa (JMC) respecto a su (nuevo) museo. Cuando la anterior corporación del PP se dio cuenta del despropósito que suponía entregar tres sótanos y cuatro plantas a la JMC, de un edificio público que costaba 5 millones de euros, pactó que se compartiera en algo con diversos servicios municipales.

Ahora la JMC llevaba tiempo mostrando públicamente su descontento y desaprobación ante el reparto del edificio determinado por el actual pentapartido, elevado a aprobación plenaria y dejado sobre la mesa con los votos mayoritarios del PP, como era de esperar, y el inesperado apoyo de Ciudadanos. Estos últimos por aquello de reafirmar que existen y reclaman diálogo. Las de la formación naranja, Pilar y Paqui, pueden tener razón. A los capirotes no hay quien los meta en razón.

Es importante subrayar qué plantea el Ayuntamiento: Dos sótanos y la primera y segunda planta del edificio se mantienen para uso exclusivo para el Museo de la Semana Santa. La tercera albergaría un espacio digno para el Museo del Mar y la Sal -ese de la historia de la ciudad en el que se muestran abigarradas ánforas y maquetas de pesqueros, en un local alquilado dos décadas-, y la cuarta y quinta planta para usos administrativos que permitirían ahorrarse al Ayuntamiento miles de euros en alquileres. Pero a la JMC no le gusta porque considera que un edificio que pagamos todos es suyo.

El nuevo museo fue levantado, al igual que otras muchas obras a las que no se les ha podido dar mucha utilidad, por el exalcalde Pedro Ángel Hernández Mateo, pensando en su mayor gloria e incrementar votantes. Porque una cosa es adjudicar obras millonarias a multinacionales de la construcción y servicios «cercanas» y otra gestionarlas y mantenerlas. El mejor ejemplo es el Auditorio Internacional.

En el acto inaugural del primer museo de la Semana Santa, a principios de los noventa, también a golpe de patrimonio de suelo municipal, uno de los muchos cráneos privilegiados de la JMC se descolgó diciendo: «Ahora lo que necesitamos es un almacén para los pertrechos». Por esas instalaciones museísticas, junto a la Avenida de París, no han acudido en todos los años que están abiertas ni las curianas. Y sólo en las fechas previas a los desfiles procesionales aparecen los cofrades. Ni tan siquiera se utilizan para presentar los actos de la semana de Pasión.

Y en eso siguen: quieren más. Como los chiguitos sin conocimiento, no se conforman. Reivindican, en especial, la última planta del descomunal edificio, al parecer con un espectacular despliegue de despachos y sala de junta. También alberga el edificio una capilla y un bar. Eso sí, todo el mantenimiento y las cargas de las instalaciones gratis, conserje incluido. Paga el Ayuntamiento. Los ayuntamientos siempre pagan. Por ello los de las procesiones cobrarán los noventa mil euros de subvenciones municipales (cuarenta y cinco mil por año) que se les adeuda por el esfuerzo de sacar a la calle las imágenes. Tronos y tallas que forman parte de unos actos religiosos muy sobredimensionados y convertidos durante años en eficaz foco de poder.

A la Unión Musical Torrevejense el Ayuntamiento les hizo el llamado Palacio de la Música. La centenaria institución aportó su sede para levantar sobre ella el nuevo edificio, donde parte de las instalaciones -mantenidas todas ellas con fondos municipales- están abiertas a otros usos. No he oído quejarse a los músicos y sus fieles seguidores de su situación. Tuvieron paciencia con aquellas obras que se eternizaron y que ahora necesitan reformas. Comparando más de uno se preguntará si la Iglesia tiene doctores para aconsejar a estas buenas almas y hacerles comprenden aquello de que al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios.

Del otro acontecimiento de la semana ya hablaremos. A los bañistas mesetarios todavía les falta descubrir -tras percatarse de que la playa es de todos y no se puede reservar la primera línea y que uno tiene que estar atento a todo, incluso, cuando hay socorristas- que, este verano también, en las playas habrá algas. Y rocas. Grandes hallazgos que, por cierto, lograban realizar normalmente coincidiendo con el final de sus vacaciones y también cuando gobernaba el PP.