Me pongo en marcha ante el ordenador encomendándome al santoral del domingo 26 de junio que viene encabezado por monseñor Escrivá de Balaguer, el de la Obra de Dios, seguido de Pelayo -desconozco si se refiere al de la Reconquista de España- y recuerdo que tal día como hoy, en el año 1890 se estableció en España el sufragio universal bajo un gobierno liberal. Como en lo de escribir y rascarse todo es empezar y en esta jornada toca ir a las urnas, la playa, el campo, o, en el peor de los casos, andar «aperreao» para hacer las tres cosas a la vez, lo primero en venirme a la cabeza ha sido mi nueva nieta.

Muy puntual ella nació en el hospital público de Xàtiva, y le han puesto por nombre Júlia. Apenas tiene unos días y ya llora en valencià.

Ha llegado al mundo en estos tiempos «entrapisaos», «enmarañaos» y enrarecidos por martilleantes mensajes, cual gotas malayas a nivel global, y lo ha hecho en una tierra donde, a decir de su más prestigio cantante: Raimon, no sabe llover o llueve mucho o es una sequera. Aquí, por estos lares todavía esperamos con mas ahínco la llegada de la lluvia en plan pueblerino para que, al menos, el agua del cielo aclare las calzadas y aceras de Torrevieja.

Poco dado a la añoranza, añoro los temporales de levante en este lugar mas sediento que nunca. En mi niñez la lluvia se tiraba dos o tres días seguidos cayendo mansa o reciamente a lo largo de aquellos episodios húmedos llevados en volandas por el viento.

Las olas del mar, la mar como decimos por aquí, saltaban por encima de la escollera de levante y arrojaban a las arenas de las playas enormes cepellones arrancados de cuajo de los fondos marinos como las esponjas, las almejas de reloj y los desperdicios múltiples procedentes de la desembocadura del río Segura cuando todavía era un río

También en invierno se helaba con cierta frecuencia el agua y jugábamos con el hielo formado en los charcos de aquellas polvorientas calles. Incluso he conocido tres nevadas. En dos de ellas los copos eran como diminutas estrellas y, aunque no llegaron a cubrir tejados, sí se acumularon contra los adoquines y las fachadas de las viviendas orientadas a norte. La restante, la más copiosa, acaeció un día de Navidad cuando durante toda la jornada estuvieron cayendo como papeles de fumar que al llegar al suelo se desvanecían. Recuerdo que la noche anterior, la Nochebuena, hizo mucho frío, mas que Rusia, según comparaba eufórico en plena calle y a la salida de la misa del Gallo uno de los torrevejenses que estuvo en la llamada División Azul. Aquí divisionarios tuvimos varios.

Lo lógico y normal hubiera sido que al dejar de ser Torrevieja un villorrio y pasar a ser una gran ciudad la media de las temperaturas mínimas se elevara unos grados, pero no al nivel alcanzado en los últimos años. Debe de ser lo que llamamos cambio climático. Antes como antes y ahora como ahora, pero que llueva a cántaros. Le regalaremos a Júlia todos los impermeables y ropa de agua que necesite.