Un nacionalista se caracteriza por varios rasgos singulares. Están convencidos de que la realidad, que definen como plural, coincide exclusivamente con su idea del mundo, siendo lo demás aberraciones que se han de corregir hasta llegar a esa sociedad perfecta en la que todos vestimos el mismo babi. Como no dudan nunca, son militantes hasta en la cama y, por tanto, las personas aquejadas de esta enfermedad infantil (propia de quien no ha abierto su mente por falta de desarrollo o por oclusión ideológica) son bastante pelmas en su empecinamiento. Por último, ante la oposición de la gente que no desea vivir con etiquetas ni aferrados a gloriosos pasados míticos, se obstinan en salvarnos de nuestro error y nos imponen la felicidad emanada de un pueblo ideal, el que tienen en su cabeza obtusa, al precio que sea necesario. Los nacionalistas, como en cualquier religión totalitaria, no es difícil que, logrado el poder, pongan todos los medios posibles para redimirnos; unos tiran de gulags, otros de campos de exterminio y aquellos de limpiezas étnicas, pues lo primero y fundamental es la pureza. Y en Europa tenemos muy fresco de qué hablo. Si además el nacionalista es de izquierdas, gran contradicción por cierto, nos empalaga con el uso y abuso de los derechos, apelando a derechos históricos o territoriales, cuando los únicos verdaderos son los de las personas. El nacionalismo, digámoslo claro, es antidemocrático, contrario al Estado de Derecho y, en última instancia, violentamente represor.

Señor Marzá, la imposición del valenciano es un error, va contra la propia identidad (si es que la tenemos o nos hace falta) de los valencianos, son ganas de crear un lío donde no lo hay y, en último caso, ingeniería social: se propone obligarnos a disfrutar del valenciano; nos lo ofrece como una oportunidad (un trato, diría Corleone) que no podemos rechazar. Si no podemos rechazar algo, no es un derecho (que yo ejerzo o no a conveniencia) sino una imposición. Y que todo funcionario esté obligado a saberlo, convertirá en gueto a la Comunidad, pues limita la movilidad profesional más de lo que está ya. Los mejores médicos, profesores,... de fuera no vendrán porque desconocen la lengua del señor Marza, aunque sean excelentes en lo suyo.

Mi padre habla de su pueblo como si nada en el mundo pudiera comparársele, pero en el fondo sabe que es una añoranza de juventud, usted se refiere al valenciano como él y quiere que los demás sintamos del mismo modo, pero sin la sana ironía de mi padre. En este mundo no podemos seguir arando la tierra con una azada, necesitamos herramientas poderosas como el español o el inglés. El valenciano, el catalán, el mallorquín, que básicamente son lo mismo, han de cuidarse, promoverse, pero no fastidiar a la gente con "normalizaciones" (¿es que ahora somos anormales los que no lo hablamos?) tiránicas.

España se aleja cada vez más de ser un país igual para todos por culpa de ideas tan viejunas como las suyas y por el complejo que han tenido los grandes partidos que han gobernado hasta ahora, que confunden ser antinacionalista con ser franquista, cuando es justo lo contrario, pues este fue un nacionalista de pro, pero eligió un espacio mayor que usted, señor Marzá.