Me quedo más tranquilo; ¡la verdad es que si, mucho más!. El otro día leí algo que me tranquilizó y que hizo darme cuenta de que no siempre acertamos con los juicios de valor que hacemos sobre las personas, por mucho que creamos conocerlas. Sin embargo, considero que lo importante no es lo que leí -una frase que reventó en mi cabeza con la fuerza de un tsunami-, sino quien lo dijo, un tal Howard Gardner. Se trata de un neurocirujano estadounidense, psicólogo, profesor de Harvard autor de la teoría sobre las inteligencias múltiples y que, entre otras distinciones, está en poder del Premio Príncipe de Asturias; o sea que el muchacho no es moco de pavo y no está de más tenerle en cuenta. Lo que dijo el tipo en una entrevista me tranquilizó, porque, según él, «una mala persona no llega nunca a ser un buen profesional». ¡Puedo descansar tranquilo, y lo voy a hacer!. ¡Esta noche procuraré no tomar pastillas para dormir, porque, a buen seguro, podré descansar!.

Gardner asegura que «es tonto clasificar a los humanos en tontos y listos, porque cada uno de nosotros es único e inclasificable». Este Premio Príncipe de Asturias -nada baladí- me ha dejado más tranquilo, porque alguien se ha «pasao» mogollón de tiempo -¡pero mogollón, mogollón!- echándome en cara que soy mala gente y, sin embargo, esa misma persona, asegura que soy buen profesional. Me quedo más tranquilo porque el científico sabrá de que va la cosa; ¡digo yo!. Y me pregunto, ¿ser buen profesional en esto de juntar letras -que es a lo que me dedico desde hace un montonazo de años- quiere decir que no soy tan mala persona como han pretendido hacerme creer?.

A quien habla mal de otro -como persona y teniendo en cuenta que, sin miedo a equivocarme, hay quien lo hace- le preguntaría, entre otras cosas, cuántas veces le ayudaron sin pedir nada a cambio; o, mejor aún, cuántos favores le hizo la persona a la que critica y que, seguramente, se los volvería a hacer sin dudar. Llegado a este punto quiero dejar claro que no hablo de nadie en concreto, aunque estoy convencido de que habrá quien creerá lo contrario, pensándose el «ombligo del mundo». Hablo de aquella gente que se atreve a enjuiciar, como persona, sin conocer la realidad, porque sólo ven -o han visto- lo que han creído ver, sin preguntarse el por qué. Cada uno es esclavo de sus palabras y dueño de sus silencios, por eso es mejor callar muchas veces. ¡Brindo por esos momentos que ni puedo ni quiero publicar, pero que son míos y jamás los olvidaré!. Sea como sea, y volviendo a la génesis de esta «paja mental», tengo muy claro que ¡quien ataca por la espalda no tiene «colindrones» para hacerlo a la cara, porque es tan pobre que, por no tener, no tiene ni personalidad y menos motivos!.

Julio Cortázar dijo una frase genial: "Parezco haber nacido para no aceptar las cosas tal como me son dadas», pero teniendo muy presente que el rival más difícil está en nuestra cabeza y que mientras tengamos un sueño en el corazón, nuestra vida tendrá sentido. No me da lo mismo la gente, ni me río de ella; lo que si me importa tres pimientos es lo que piensen de mí, porque, como dice Álvaro Pombo: «Estoy blindado contra los insultos». De mí han dicho tantas cosas -¡la mayoría falsas e inventadas!- que una más o menos no tiene importancia. Una vez, alguien me dijo -hace muchos años- que yo era un periodista reputado y que esa reputación me la había ganado con esfuerzo y trabajo. Para mí, que no me gusta hacer ostentación de «titulitis» -pese a mi condición de universitario- tiene más importancia que se me reconozca como buen profesional que se me considere buena persona, aunque quien me conoce bien asegura que soy las dos cosas. Pero claro está, para gustos los colores y habrá quien piense todo lo contrario y tengo que reconocer que está en su derecho de opinar lo que le dé la gana. Sólo pido una cosa: que conozcan antes a la persona que al profesional y que se interesen por lo que ha hecho para ayudar a los demás, incluso a quien parece que nunca ha ayudado y de quien pudiera entenderse que se ha aprovechado.

El mismo Pombo dice que mantiene «una relación afectuosa con la gente, pero es verdad que tenemos una España muy hortera; no hay más que ver las cosas que dan en televisión", en referencia a programas como Gran Hermano, que convierten a la comunidad/sociedad en un enorme «patio de vecinos». ¡Critica y calumnia que, aunque sea mentira, algo queda y, a lo mejor, uno mismo termina por creerse lo que dice!.