Podía haber elegido cualquier otro tema para subirme a este púlpito pero no me ha dado la gana. Me apetece hablar de acoso, por lo menos en dos de sus vertientes, a sabiendas de que, al ser una materia tan delicada, corro el peligro de que alguien -¡mejor conocedor que yo de estos menesteres; que los hay!- me ponga a caer de un burro y me diga de todo menos guapo -¡con todo su derecho!- por presuntuoso, puesto que uno de los riesgos que corremos los que nos dedicamos a esto de juntar letras es estar sujetos a las críticas, que, en mi caso -y según dicen algunos-, no las acepto de buen grado, lo que considero una gilipollez, porque, partiendo de la base de que a nadie le gusta que le pongan a parir, si fuese así me dedicaría a otra cosa.

De todas formas, tampoco pretendo hacer una tesis doctoral que sirva a los estudiantes como referencia para realizar sus trabajos de fin de curso/carrera; ¡no busco sentar cátedra, aunque alguien creerá lo contrario!. Cada uno es muy libre de pensar lo que le salga de los «bembembes», que para eso estamos en un Estado de Derecho en el que, por mor de la mal utilizada libertad de expresión, hay quien se permite el lujo de, por ejemplo, «ciscarse» en la bandera o el himno de todos. Lo único que persigo es llamar la atención sobre algo que sucede cada día y que nos toca más de cerca de lo que pensamos y que, muchas veces, pasa desapercibido, porque quien lo sufre lo suele callar por vergüenza.

Los acosos más comunes son el escolar y el laboral. El escolar -bullying- es cualquier forma de maltrato psicológico, verbal o físico que se produce entre escolares, de forma reiterada, en las aulas e, incluso, en las redes sociales, lo que, en este último caso, se conoce como ciberacoso. El acoso más habitual es el emocional y suele tener como protagonistas a críos que están a las puertas de la adolescencia, aunque también se da en edades más tempranas. Las víctimas suelen ser, la mayoría de las veces, niñas que -según los psicólogos- sufren una especie de tortura, metódica y sistemática, por parte de uno o varios compañeros. Uno de cada diez escolares reconoce que lo ha sufrido. Donde se registra más acoso escolar es Murcia -un 13,8%-, mientras que en la Comunidad se sitúa en un 8´2%. La media en España es del 9´3%.

En el acoso laboral -moobing- el hostigador produce miedo, terror, desprecio o desánimo en el trabajador que suele recibir una «violencia psicológica» injustificada y desmedida. Cuando este acoso lo realiza el jefe se conoce como «bossing». Esta es la primera vez que reconozco públicamente que yo sufrí acoso laboral, tanto por parte de uno de mis jefes como por la de un compañero que lo que perseguía era trepar -vocablo que conozco y utilizo desde hace un montón de años y que no tiene vinculación directa con una determinada edad- para ocupar mi cargo en la empresa. Os aseguro que no es nada agradable ir al trabajo sabiendo lo que te espera, que lo vas a pasar mal y que de lo único que tienes ganas es marcharte a casa, meterte en la cama y desear que todo sea un mal sueño del que nunca despiertas, porque el día siguiente es igual o peor.

Hay que tener en cuenta que una situación de acoso prolongada en el tiempo, además de enfermedades -depresiones, nerviosas o insomnios- o problemas psicológicos, puede desembocar, en situaciones extremas, en el suicidio de la víctima, como ha pasado recientemente en un colegio madrileño. No hace mucho una conocida mía me decía que, cada día, se encerraba en su habitación, con la luz apagada, se metía en la cama llorando y que lo único que quería era tomar una pastilla para dormir y no despertar.

¿Qué por qué os hablo de esto?, os estaréis preguntando. Pues porque en los últimos días me han referido un par de casos, uno escolar y otro laboral. En los dos existe un sentimiento de culpa en las victimas, lo que les lleva a tener miedo a denunciar la situación por temor a las posibles represalias del acosador. Si bien es cierto que en el acoso laboral se produce un aislamiento por parte de los compañeros, en el escolar la situación es muy peligrosa porque el niño necesita de los demás para formarse, desarrollarse y madurar, y cuando hay acoso se mira para otro lado -tanto el acosado como los responsables de centros- pensando que, más pronto que tarde, todo pasará y que se será aceptado por el grupo, mientras que el profesor niega lo evidente para, erróneamente, preservar el buen nombre del colegio. Esto, en Orihuela, ha pasado y pasa -¡podría dar nombres!- y hay que denunciarlo. ¿Hoy me he puesto serio?. ¡Pues ya está!.