Esta semana Torrevieja ha esquivado dos grandes catástrofes. Se han evitado daños de una magnitud incalculable. Va de coña, pero da que pensar. Por un lado, el Penta precintó la caseta de los últimos calafates. Simultáneamente, en Ferrís, se iniciaron los trabajos para construir un muro en torno a este paradisiaco palmeral de la costa.

La originaria familia de los calafates y descendencia ha sobrevivido tres generaciones rodeados del reconocimiento y el aprecio de las gentes de aquí. Fueron distinguidos con el Premio Diego Ramírez Pastor.

Vi por primera vez al abuelo «Alifonso» en la Playa del Arenal donde se construían barcos. El paraje posteriormente se le robó a la mar para convertirlo en el actual recinto del muelle pesquero.

Fue un día festivo de verano en plena siesta cuando reparé en él. Estaba descansando a la sombra del pesquero de cerco que llevaba entre manos, y en plena fase de construcción, con sus cuadernas ya enjaretadas y las yatas o baos ensamblados. Del cercano paseo, hoy Avenida de la Libertad, bajó a la arena un forastero atraído por la estampa de aquel modesto astillero junto al cual se alzaba el maderamen de la embarcación. Contemplando el perfecto ensamblaje de las piezas, el complicado puzzle que conforma una embarcación, el curioso visitante comentó en voz alta que le gustaría conocer al autor de aquella maravilla.

Entonces la oronda, retaca y desaliñada figura de Alifonso, se incorporó ajustándose los pantalones y la falsa escuadra a la cintura, y se presentó como autor de aquella obra. La cara del forastero reflejó un rictus de incredulidad.

Las precarias instalaciones del astillero de «Los Alifonsos» (eran dos hermanos) se trasladaron a la Playa del Acequión donde los primos hermanos «Alifonsín» y «Paquico», junto a sus progenitores, siguieron haciendo barcos. A ellos se unieron sus descendientes. En aquel lugar se asienta ahora el osco asfalto de las instalaciones náuticas de Marina Internacional. A los calafates los volvieron a trasladar, en esta ocasión en la misma playa pero al otro lado del Acequión salinero. Allí siguieron, azuela en mano, hasta que «Ilde» Ildefonso Rodriguez el último de la zaga, tras impartir algún taller municipal, siguió haciendo trabajos esporádicos.

En este lugar caracterizado en materia de trámites legales por andar manga por hombro, (llamar a una puerta sí, y otra no) el barracón precintado cuenta con «todos los papeles». El problema es la falta un documento: la licencia de actividad.

Precintando esta nave, siguiendo lo que dice la legislación, creen haber evitado un estropicio similar al de Seseña o al que podría haberse dado en el por, ahora cerrado Teatro Municipal. Han sido clausuradas diversas actividades en la ciudad en los últimos meses. La edil de Urbanismo Fanny Serrano, responsable de estas determinaciones recibió la denuncia de un particular sobre la ilegalidad del último calafate. Por lo visto, la concejal no quiere que le saquen los colores con este tema, ni con ningún otro. Ilde ha pagado los platos rotos a no ser que, si le interesa, tramite su licencia de actividad. Ha sido como soltar un gorrión bajo una granizada.

Lo de Ferrís, lugar unido a la idiosincrasia de este pueblo se veía venir. A la tapia a levantar por la iniciativa privada solo le veo una ventaja: si el muro es sólido no volveremos a sentir temor a que ningún barco se adentre en palmeral. Ya ocurrió en abril 1951, cuando el París City, de diez mil toneladas embarrancó en el paraje.

También podemos reconvertirlo en el muro de las lamentaciones, por lo que siempre hemos creído que pudo ser y seguramente nunca será.