El registro del Ayuntamiento recibió hace unos días una solicitud única. Probablemente es la primera vez en la historia de la ciudad que un particular se dirige a la Administración para reclamar la protección patrimonial de un edificio. Ese es el objetivo de Ángel García Chazarra, que explota el restaurante conocido como quiosco El Tintero: la declaración de este inmueble como Bien de Relevancia Local (BRL). Conseguir la protección de una estructura junto al mar que está ligada a la historia de Torrevieja desde hace ochenta años.

Junto al Paseo de las Rocas y la Playa del Cura, de los que supone límite y transición, «El Tintero» forma parte de la triada turística más popular de la ciudad. Configura la fisonomía de su fachada litoral más céntrica y es referente del imaginario colectivo para varias generaciones de locales y de forasteros que desde principios del siglo XX vienen ligando una parte de sus vidas a esta ciudad turística. En un estudio sobre la singularidad de este establecimiento de hostelería, incorporado por el propietario al expediente y elaborado por la Universidad de Alicante, Marco Celdrán le atribuye un «valor histórico e iconográfico sin parangón».

Aprovechando una zona del acantilado bajo utilizada tradicionalmente por los pescadores para el tintado de sus artes de pesca, el quiosco «El Tintero» se construyó en los años 30. Suponían los primeros arranques de urbanización litoral llevados a cabo por gobiernos municipales republicanos, acordes con las demandas que generaba cada verano una actividad en auge, el turismo de baños de mar. También los populares bancos de Las Rocas son de esta época, y también, como «El Tintero», permanecen como antaño.

Concebido como quiosco para dar servicio durante la temporada estival, su inicial estructura en los años 30 y 40 era de madera, a semejanza de los típicos establecimientos de baños que se instalaban por las playas torrevejenses y que fueron proliferando como los propios merenderos. Las concesiones de unos y otros servían a algunas familias para completar sus rentas con un dinero estacional que nunca sobraba si se trabajaba en las salinas. Celdrán Bernabeu señala «usos y actividades muy curiosas» en el llamado Merendero Las Rocas en esos años. ¿Se imagina el tiro al plato desde este enclave de ensueño? Pues abajo se ponía la máquina lanzadora mientras en la amplia terraza de esta privilegiada atalaya, veraneantes de alcurnia y postín como el Marqués de Arneva entretenían su ocio entre aperitivo y aperitivo.

Fue en 1950 cuando aparece la imagen del Tintero que todos conocemos hoy. Sobre la base de una concesión administrativa de ocupación temporal del dominio público marítimo-terrestre, el propietario del antiguo Merendero Las Rocas vendió el quiosco a Antonio Chazarra. Como la gente conocía más el sitio por «El Tintero», Antonio lo rebautizó como «Quiosco El Tintero». Con un permiso de Costas de 1953, sustituyó la madera por la construcción de una estructura fija, y terminó configurando con su original planta octogonal uno de los elementos más característicos de la Torrevieja de entonces y de hoy. Cercó con una barandilla de seguridad el espacio redondo, y dotó al establecimiento de una cocina que hizo de la sipia y las sardinas a la plancha su más afamado manjar y un referente indispensable de la gastronomía local más auténtica.

El actual responsable del restaurante y de la petición, Ángel García Chazarra, nieto y sucesor de aquel en el negocio familiar, explica que es previsor. Ha visto desaparecer otros enclaves típicos de la costa torrevejense - por ejemplo, El Dulce, en La Mata- y lucha para que al Tintero le sea considerado por su valor y no un estorbo para otros proyectos. Que «El Tintero» esté abierto o cerrado dice mucho en Torrevieja. Anuncia dinamismo en las calles, en las playas, en la economía. Anuncia la temporada, que antes llegaba de San Juan a San Ramón y ahora comienza, más larga, en la Semana Santa. Anuncia noches de fresca a las olas y mediodías de «palomicas» con hielo.

Y anuncia sobre todo que sigue ahí. Porque en este municipio reconstruido por la vorágine inmobiliaria donde lo viejo nunca ha tenido valor, El Tintero es uno de los pocos lugares que ha permanecido cuasi intacto, reconocible por todos, mayores y jóvenes, como parte de una memoria colectiva que trasciende del ámbito local. Y como parte de un paisaje costero y humano que ha sabido adaptarse a la evolución de la economía turística manteniendo su anclaje con la identidad de la ciudad.