Conocí a mediodía la decisión unánime de la Junta de Portavoces de nombrar, a título póstumo, a Eduardo López Egío como Síndico Portador de la Gloriosa Enseña del Oriol; y de repente sentí un choque de emociones que me encogió el corazón hasta casi estrangulármelo de angustia.

En cuestión de segundos bailé entre la alegría y la inevitable impotencia de no poder fundirme en un abrazo y felicitarte. Sé que nada te hubiese hecho más feliz que portar orgulloso en tus manos el símbolo de la ciudad a la que amabas. Sé que desde el balcón del Ayuntamiento nos habrías hecho vibrar, reír y soñar a todo un pueblo, que habríamos oído perplejos un discurso insuperable. Probablemente no exento de polémica, pero sin duda habría sido un tributo a todo lo amaste profundamente: a tu tierra, a la Fiesta, a las tradiciones, a la cultura, al progreso y, por supuesto, a tu familia.

Y sé también que por acertada que haya sido la propuesta, por desgracia, el título de Ilustrísimo que comporta este cargo, llega demasiado tarde. Ojalá, querido Edu, pudiera explicarme con tu envidiable soltura y hacerte llegar de alguna forma tantos sentimientos encontrados, la nostalgia, el orgullo y la felicidad que hoy compartimos tantos amigos.

Enhorabuena, compañero.