Acabo de recibir la llamada. Es una hora poco usual. Es Dámaso, quien con voz un tanto confundida y afectada me da la noticia, como se suele hacer en estos casos, queriendo quitarle importancia. Apelando al socorrido argumento del bulo: «Me han dicho que...». Pero las esperanzas pronto se desvanecen y la noticia se confirma por varios medios. Efectivamente: EDUARDO, nuestro EDUARDO, como me aclara Dámaso, como para ponerle apellido, HA MUERTO. Sabía que un mazazo así, cuando se trata de una persona a la que quieres, es mejor darla dejando esa pequeña duda para que la mente se vaya haciendo a la idea.

En ese momento pasan en torbellino multitud de vivencias, todas ellas sin ordenar; desde la última vez que estuvimos juntos cenando las dos parejas, la semana pasada y cumplimos después el ritual tantas veces repetido: Acompañarnos varias veces a nuestras respectivas casas, hablando de lo divino y de lo humano, hasta que alguien ponía cordura (solías ser tú): «Así podemos estar toda la noche» y decidíamos hacer la despedida a medio camino, a la altura de la Plaza Nueva.

No soy muy dado a expresar mis sentimientos por escrito, pero en esta ocasión he sentido un deseo irrefrenable de coger el ordenador y poner en él algunos recuerdos. Todavía pensando que cuando los termine te llamaré para que me des tu opinión, como en tantas ocasiones.

Siempre me decías lo mismo: «Tienes que ir escribiendo las memorias de tu paso por la Alcaldía», y empecé a hacerlo. Pero hoy acaba de desaparecer mi disco duro. Muchos hechos, anécdotas, situaciones, vivencias y hasta acontecimientos importantes, necesitaban de tu recuerdo para volver a aparecer en mi mente de forma nítida. Sé que hoy, hay mucha gente, muchos amigos que has ido forjando a lo largo de los años, que no salen de su sorpresa ante esta marcha inesperada y prematura. Pero me vas a permitir que una vez más me convierta en portavoz de ese equipo que poco a poco, se fue conformando en torno al gabinete de Alcaldía que tuve la suerte de dirigir y del que tú eras de alguna manera su aglutinante. Equipo que llegó en ocasiones a parecerse más a una familia que a una oficina. Sin restarle un ápice a la seriedad que se supone debe tener un gabinete que tiene entre sus obligaciones, dirigir los destinos de una ciudad como la nuestra. Ciudad a la que tanto amabas y tan bien conocías. Aunque en algún momento y sobre todo en sus últimos tiempos, y no precisamente por vuestras actuaciones, alguien tuvo la tentación de querer presentarlo como el de los Hermanos Marx.

No quiero citar a ninguno, pues el olvido de un nombre podría ser injusto e inconveniente. Ellos saben muy bien cómo se conformaba, quiénes formaban parte de él y quiénes no. Pero sobre todo, quien más claro lo tiene eres tú, que es a quien dirijo esta carta. Como te decía, quiero trasmitirte el cariño que te profesan y el dolor que en todos ellos deja tu marcha.

Dejo para otro día, que sin duda lo habrá, el glosar tus cualidades y forma de ser y ver la vida. Vaya por delante tu absoluta integridad y lealtad. Hemos vivido muchos años juntos. Años de toma de decisiones, algunas muy comprometidas. Los dos sabíamos que teníamos ideologías encontradas, pero pudimos trabajar, discutir y defender nuestras ideas con absoluta libertad y respeto, sin tratar nunca de imponer criterio el uno sobre el otro, y eso creo que es importante. Si me apuras hoy más que nunca.

Quiero recordarte con esa parsimonia que te ha caracterizado. Sin prisas, con andar pausado. Como te reconocía en la ceremonia nupcial con Maite, tu querida compañera, en ese discurso que como decías, era el único que no habías conocido de antemano. En él te recordaba que no eras capaz de alterar el paso más que una vez al año, cuando hacías el caracol siguiendo los pasos de tu hijo Miguel, entonces todavía un niño, dando broche de oro a la formación de la Compañía de Armaos. Otra de tus pasiones.

Hoy has vuelto a alterarlo y precisamente siguiendo los pasos de otro Miguel, al que admirabas de siempre y al que sin grandes aspavientos? como tú eras, conocías al nivel del más prestigioso de sus críticos y estudiosos, nuestro universal poeta Miguel Hernández.Hoy tú como él, «has madrugado más que la madrugada». A lo mejor viendo venir hacia tu balcón, la imagen de Nuestro Padre Jesús que tantos Viernes Santos, hemos esperado sobrecogidos. Hasta siempre, querido amigo. A pesar de tu sencillez has sido un referente para todos y lo seguirás siendo. La historia viva de nuestro pueblo, contada para cualquier nivel.