A través de sus altavoces se ha locutado buena parte de la historia del último siglo. Simbolizan la nostalgia de una época apasionante en la que el transistor suponía la principal ventana de conexión con el mundo. Llegaban noticias que sorteaban la censura de la dictadura, reunía a colectivos aficionados al fútbol o permitía que la imaginación echara a volar a través de las radionovelas. Antonio Ferrández atesora en su casa de Benejúzar una colección formada por más de 400 aparatos radiofónicos de los últimos 90 años que proceden de España, Rusia, Alemania, Italia o Estados Unidos, entre otros muchos países. Estan perfectamente catalogados y han sido restaurados por él mismo con mucho mimo, dedicando incontables noches y días de trabajo hasta lograr que funcionen como el primer día.

Ubicado en una colina de la Sierra benejucense, Ferrández recibió a INFORMACIÓN en el chalé en el que vive y donde ha habilitado un gran espacio para exponer esta colección de valor incalculable. Las radios están catalogadas con su lugar de procedencia, año de fabricación, marca y algunas notas con curiosidades, como por ejemplo cuál fue el primer modelo que llevaba incorporado un altavoz, la más pequeña de una época o la primera de la que dispuso, un aparato del año 1926.

Antonio nació en una familia de músicos, pero no tardo mucho tiempo en darse cuenta de que «lo que le gustaba era escuchar música, no hacerla». Dirigió entonces sus estudios hacia la electrónica y acabó motando un taller de fabricación de radios y más tarde de televisiones en su pueblo natal.

Su amor por el mundo de la radio y su habilidad le permitieron crear aparatos que contenían dispositivos capaces, por ejemplo, de sortear las interferencias que se lanzaban a drede para boicotear «La Pirenaica», esa emisora clandestina que emitía al margen de los dictámenes de la dictadura franquista. Ferrández recuerda como algunos vecinos llegaban hasta su taller, casi a escondidas, para encargarle alguno de esos aparatos. Y, casualidades de la vida, con los años y su interés por el coleccionismo acabó consiguiendo por ejemplo otros modelos que permitían todo lo contrario, como los fabricados en Alemania que eran los únicos autorizados por Hitler ya que sólo posibilitaban sintonizar emisoras oficiales.

Pasar un rato con él permite compartir una charla agradable y llena de anécdotas que resumen los principales acontecimientos del siglo XX a través de la radiocomunicación. Es un recorrido visual y sonoro del desarrollo de la historia de la radio, esa historia que sigue transcurriendo a veces demasiado rápido y que hace que Antonio se plantee que su colección pueda conformar un museo dedicado a la que ha sido su gran pasión. Han sido varios municipios los que le han propuesto acoger este legado pero por ahora ha declinado todas las ofertas. Si hay una que podría llegar a aceptar, sería esa que garantizase que se quedarán en su propio municipio. Mientras tanto, las puertas de su casa permanecen abiertas para cualquiera que quiera descubrir de la mano de un guía experto esta interesante colección, que como él bien dice «no son radios, son historia».