Aretha Franklin pedía «Respect», aunque ella se refería a otro respeto, pese a que tal consideración tiene, sea cual sea el ámbito en el que se pida, el mismo significado. Hay un dicho que asegura que «mi libertad termina donde empieza la del otro» y, partiendo de esa base, todo lo que exceda de ahí es una falta de respeto. Es como la «línea roja» que no debe pasarse, porque las consecuencias pueden ser «devastadoras» y terminar -¡seguro!- bajándote los pantalones, viéndosete el culo y arrastrándote como una culebra pidiendo perdón por los rincones para seguir manteniendo un «status» que nos hemos arrogado en aras a ciertas libertades, como la tan mal invocada «libertad de expresión».

Me vienen a la cabeza casos de falta de respeto y la mayoría de ellos, por no decir todos, tienen los mismos protagonistas, los de Podemos. Por ejemplo el de la «portavoz» municipal de Ahora Madrid -marca blanca «podemita»-, Rita Maestre, que «se despelotó» en la capilla de la Complutense, profiriendo lindezas como «menos rosarios y más bolas chinas», «contra el Vaticano poder clitoriano» o «sacad vuestros rosarios de nuestros ovarios». La muchacha fue condenada y, en el mismo juicio, pidió perdón, pero fue «pura fachada», una «puesta en escena» para dar una imagen de niña buena y reconvertida, ya que, al poco tiempo, aseguraba que no dudaría en volver a «encuerarse», aunque matizó que «siempre y cuando no estuviera en política», como lo está ahora.

Y me acuerdo de la poetisa catalana, Dolors Miquel, que «rezó» un «Madrenuestra» sexual en la entrega de Premios Ciudad de Barcelona, donde dijo aquello de «Madre nuestra que estás en el celo, sea santificado vuestro coño». Y lo del Bódalo, que se lió a «mamporros» con un concejal socialista en Jaén por discrepancia de criterios y con las empleadas de Mercadona en una protesta sindical. Y me estoy acordando de Victoria Rosell (diputada por Podemos y exjueza), la muchacha que se presentó en el aeropuerto de Gran Canaria y no quiso identificarse ante la Policía, porque no le salió del «potorro», esgrimiendo aquella frase tan de otra época: «¿Usted no sabe quién soy yo?».

Lo cojonudo de estos casos es que siempre son los mismos quienes salen en defensa de lo indefendible, Pablo Iglesias, Ada Colau, Manuela Carmena, Teresa Rodríguez; es decir, los jefecillos de Podemos y sus marcas blancas. ¿Podría estar gestándose un delito de corrupción moral?; lo digo por si pudiera ser constitutivo de prevaricación, que -según el diccionario y entre otras acepciones- es un «incumplimiento de los deberes de un servidor público a sabiendas de que tiene la obligación de cumplirlos», lo que supone «un abuso de autoridad».

Podemos y sus «adalides de la pulcritud democrática» nos sorprenden cada día con algo nuevo, ¡y nunca pasa nada!. Se lo pasan todo por el arco del triunfo sin ningún rubor, ni miramiento, porque parecen tener inmunidad. En el mundo del periodismo es habitual el corporativismo cuando se atacan ciertas libertades y derechos adquiridos a lo largo de los años, pero no todo vale. Por ejemplo, no hay derecho al desprecio que se hizo a la mayoría de los españoles con la actitud de, para mí, una «mala profesional» en esto de «juntar letras», Empar Moliné, que, «en vivo y en directo», utilizando un «medio de comunicación público», TV3, quemó un ejemplar de la Constitución, desafiando así al resto de los mortales en aras de una «libertad de expresión» utilizada de forma interesada. Hombre no es que se vaya a deportar a la chica a Guantánamo, pero en otros países lo que hizo sería delito, aunque aquí, en España, se mira para otro lado y, ¡es más!, excusamos la actitud de quien comete estas tropelías que, muchas veces, nos tomamos a risa. ¡La tía le ha echado un par de ovarios!. Conozco a un «pavo» que, incluso, diría algo como ¡es mi ídolo!. Lo que da vergüenza es que, como se trata de Cataluña y se pueden herir susceptibilidades, nadie hace nada y ninguna Institución del Estado -llámese Poder Judicial o el Constitucional, ¡yo que sé!- actúa de oficio. Lo que son las cosas, Televisiò de Catalunya lamentó que lo que hizo la tal Empar hubiera podido ofender a parte de su audiencia. Lo que tenía que haber hecho, bajo mi punto de vista, es «echar a la calle a la muchacha», argumentando para ello una «decencia interna» que el medio «público» no ha demostrado, porque la chica sigue teniendo su espacio diario, «Els Matins». Ella, la Moliné, se disculpó por lo que hizo, pero Dolors Bassa, consellera de Trabajo de la Generalitat Catalana, aplaudió la quema. ¡Qué bonito!. Mañana podría personarme en el Palau de la Generalitat para pegarle fuego, porque lo que se hace en ese edificio daña mi sensibilidad y, en mi defensa, abogaría que lo hice en aras a «la libertad de expresión». ¿Qué me pasaría?; ¡pues que, como mínimo, me detendrían los Mossos d'Escuadra; sin embargo «esta pájara» va por la calle como una heroína.

Pero claro, si el jefe, «coletè Iglesias», menosprecia a los medios y, cuando se le ha visto el plumero -léase culo-, se retracta -porque yo lo valgo y cuesta dinero-, ¡qué no estarán dispuestos a hacer sus palmeros!. Lo dicho, ¡respeto, coño; respeto!.