El pueblo estaba dispuesto a tomar la calle para reivindicar un hospital público en Torrevieja. Aquello ocurrió en pleno mes de julio, durante la que llaman como Transición, y el permiso para manifestarse se denegó. Al cabeza visible de aquel movimiento vecinal le leyeron la cartilla en el cuartel de la Guardia Civil donde el mando de la Benemérita de turno le trató con excesivo paternalismo, argumentando el daño que sufriría la imagen de una ciudad turística colapsada por el tráfico en pleno verano y además a causa de una manifestación que pretendía discurrir por el centro urbano desde las Eras de la Sal hasta el Ayuntamiento.

El dirigente vecinal contestó que, días atrás, el pueblo también sufrió un embotellamiento de tres pares con motivo de la procesión de la Virgen del Carmen y por ello no había ocurrido nada. A pesar de la prohibición, a la hora fijada para la manifestación el gentío se encontraba en las Eras concentrado tras una asamblea e intentó salir a la calle. La Guardia Civil, con sus metralletas reglamentarias, trató de impedirlo. El ardor de los manifestantes superó a los organizadores sacándolos de apuros. Uno de los asistentes gritó: « ¡Nos vamos al Ayuntamiento, cada cual por su lado!». Fuimos saliendo en pequeños grupos para volver a vernos en la entonces Plaza del Caudillo. Aquella persona aprendió aquel día dos cosas : Que se tardarían muchos años en recuperar las calles y que uno puede decir lo que le dé la gana (terminan por aceptarlo) siempre y cuando no movilice al personal, contra cualquier cosa instituida.

Recordé aquel episodio porque el otro día salieron a las calles en procesión por los céntricos paseos de la ciudad un buen número de vecinos de Torrevieja, la provincia y la Región de Murcia de la comunidad Sikh, mayoritariamente de origen indio, ataviados con turbantes, además de coloridas y abigarradas prendas.

Este hecho, normal desde la perspectiva de una población que siempre ha alardeado de multiculturalidad, fue criticado por su carácter religioso en la vía pública. Quienes más o menos pusieron el grito en el cielo, que al parecer, dicen sentirse católicos de segunda, son aquellos que bajo el paraguas de la santa madre iglesia sacan sus símbolos e imágenes a las calles cada vez que les da la gana y el Ayuntamiento debe disponer, casi sin preguntar, de la Policía para regular el tráfico y en algunas ocasiones pagar al servicio de su limpieza. Los Sikhs se lo montaron casi todo ellos solicos a excepción del control de tráfico.

Si tendrán pelendengues que hasta criticaron en las redes al alcalde José Manuel Dolón por acudir al festejo y no darse codazos para presidirlo, que eso es cosa de quien pretende confundir lo institucional con la costumbre y la tradición, la fe de los demás o los lugares comunes de los torrevejenses, sean o no creyentes.

Le echaban en cara, digo, el no haber asistido nunca y seguir sin hacerlo a las procesiones de su pueblo. Dadas las circunstancias (perdieron el poder) es comprensible el estrecho marcaje realizado al pentapartido. Sigue siendo inadmisible inmiscuirse en la relaciones privadas de sus componentes y ajenos por completo a las actividades políticas -siempre que no se hagan a golpe del erario municipal como sí ocurrió en su día-. No todo lo que hace el equipo de gobierno está bien -más bien lo contrario, en muchas ocasiones- y debe de ser aireado y objeto de la crítica del PP.

Pero cuando de buenas a primeras te echas a la cara la primera verdad distorsionada o una mentira redonda como una sortija no sigues leyendo y dices aquello de: «Apaga y vámonos».