Aeropuerto internacional de Zaventem, Bruselas. Pasan unos minutos de las 8 horas del martes 22 de marzo. Mari Carmen Andreu acompaña a su hija de cinco años al aseo. Al salir escuchan los primeros gritos. No saben qué está sucediendo y se apresuran para reunirse con el padre de la familia, Antonio Mínguez, y su otra hija de 11 años. Con ellos está su amigo Antonio Arenas. Todos son de Los Montesinos y están de viaje en la capital belga. De repente se les viene encima una avalancha de gente que huye despavorida. Les dicen que corran, que se alejen. Las persianas de las tiendas se bajan y por megafonía se anunciaba que hay que evacuar el edificio. «Era un momento de caos y confusión porque no sabíamos qué estaba pasando». Bastó una palabra de un trabajador de la base aérea para empezar a entender la gravedad de la situación. «Bomba». Terroristas suicidas acababan de inmolarse en la entrada al aeropuerto, ese lugar en el que momentos antes pensaron en pararse a desayunar, aunque finalmente optaron por comer algo en los bares ubicados al cruzar el control de seguridad, por eso de evitar después colas y prisas innecesarias. «Pasar dentro probablemente nos salvó la vida», dice Mari Carmen con un semblante entre la alegría y la pena.

Todavía con el miedo en el cuerpo aunque con la tranquilidad de haber llegado por fin a su hogar tras un viaje en autobús que duró 32 horas, el grupo de montesineros relata a INFORMACIÓN la amarga experiencia vivida durante tres días hasta llegar a España. La barbarie terrorista que sacudió el corazón de Europa impidió que cogieran ese avión de regreso hasta Valencia. Afortunadamente ninguno de ellos sufrió daños físicos, pero todavía no han podido digerir todo ese trance.

Recuerdan que tras encontrarse de repente entre un tumulto de gente que cruzaba de un lado a otro el aeropuerto «nos pusimos detrás de una columna porque teníamos miedo de que se llevaran por delante a las niñas. Después nos refugiamos en una puerta de embarque esperando a que la abrieran para salir. Teníamos mucho miedo de que en cualquier momento llegara un terrorista con un kalashnikov y comenzara a disparar, como sucedió en Francia. Empezamos a recibir entonces noticias de lo que estaba pasando», relató el padre de familia. Fue a través de internet como conocieron qué estaba sucediendo realmente. Llegaron noticias de que otro atentado había volado por los aires la estación de metro de Maelbeek. Pronto vieron camiones del ejército y ambulancias. Los fueron sacando a la pista de despegues y aterrizajes. «No sé decir en cuánto tiempo ocurrió todo eso porque perdí la noción del tiempo. Tuvimos que apagar los móviles para no quedarnos sin batería. Desde allí nos condujeron en autobuses a un polideportivo de Zaventem y al llegar ya habían preparado mesas y sillas, mantas y comida», prosigue Mari Carmen Andreu. Se inscribieron en una lista con la que las autoridades estaban haciendo un recuento de las personas que habían salido con vida del aeropuerto. «Fue algo así como vivir en primera persona lo que otras veces has visto por televisión. Había muchos nervios e incertidumbre. También miedo. Mi hija mayor estaba aterrorizada por si atacaban el albergue y ni si quiera podía dormir».

En ese pabellón permanecieron desde martes a medio día hasta miércoles a las dos de la tarde, cuando emprendieron el viaje de regreso a España. «Durante el tiempo en el que permanecimos allí, la policía belga, la Cruz Roja y los voluntarios que nos ayudaron se portaron genial con nosotros y nos proporcionaron todo lo que nos hacía falta. Incluso dispusieron internet por wifi para que nos pudiéramos comunicar. Hubo ciudadanos belgas que llegaron para ofrecernos sus casas para que pudieran dormir allí los menores o las embarazas. Trajeron también juguetes para los niños. Otros se ofrecieron para llevar en sus coches a la gente que lo necesitara».

«Nos sentimos totalmente desamparados porque sólo los belgas nos ayudaron, no recibimos ninguna ayuda de nuestro país. Ha sido un trago muy amargo pero agradeceremos siempre la solidaridad de Bélgica», concluye el matrimonio.