Treinta y dos horas después de partir desde Bruselas en autobús, la familia Mínguez-Andreu llegó pasada la medianoche de ayer jueves a Los Montesinos. Fueron recibidos por una veintena de amigos y familiares con pancartas para darles la bienvenida a casa. Brindaron con sidra para celebrar que salieron ilesos del fatídico atentado que el pasado martes les dejó atrapados en el aeropuerto internacional de Zaventem. Regresaban después de disfrutar de unos días de vacaciones pero sus planes se truncaron cuando, de repente, empezaron a escuchar gritos. Primero a lo lejos, después con más intensidad. Segundos después y sin apenas tiempo para reaccionar, se les vino encima una avalancha de gente que corría despavorida de un sitio a otro. Bastó una palabra de un trabajador de la base aérea para empezar a entender la gravedad de lo que estaba sucediendo. Bomba. "¿Y ahora qué hacemos?", se preguntó aterrado el matrimonio que viajaba junto a sus hijas de 11 y 5 años, además de un amigo.

Todavía con el miedo en el cuerpo aunque con la tranquilidad de haber llegado por fin a su hogar, Antonio Mínguez y Mari Carmen Andreu, junto a sus dos niñas y su amigo Antonio Arenas, han querido relatar a INFORMACIÓN la amarga experiencia vivida durante los tres últimos días y las consecuencias sufridas tras el brutal atentado terrorista que ha sacudido el corazón de Europa. Afortunadamente ninguno de ellos sufrió daños físicos, pero hay imágenes que mantienen grabadas a fuego y todavía parecen escuchar el incesante ruido de las sirenas de los coches patrulla y ambulancias. Ahora que ha pasado todo denuncian públicamente la nula atención que les prestó la compañía aérea con la que viajaban (Ryanair) y el desamparo que sintieron al constatar que ni la embajada española ni el consulado se interesó por ellos ni les ayudó a regresar a España.

Con el madrugón de haberse despertado antes de las seis de la mañana para llegar con el tiempo necesario a la puerta de embarque, el grupo de montesineros se plantó en el aeródromo a las 6.45 horas del pasado martes, 22 de marzo. Todavía faltaban más de dos horas para que su vuelo con destino a Valencia despegara y, tal y como tenían previsto, se dispusieron a buscan una cafetería donde desayunar. "Pensamos en comer algo en los bares del acceso al aeropuerto, pero finalmente decidimos pasar primero el control de seguridad y tomar un café dentro para evitar que luego hubiera más cola", relata Mari Carmen. Respira aliviada y añade que "eso fue lo que posiblemente nos salvó la vida". Poco después los terroristas suicidas llegaron a ese mismo escenario con las maletas cargadas de explosivos. Y sucedió el desastre.

Aunque parezca increible, el grupo de alicantinos no escuchó la detonación de las bombas en la zona en la que se encontraban, ubicada en la planta inferior, desde donde esperaban a que una pantalla anunciara su puerta de embarque. La madre y la niña de cinco años volvían del cuarto de baño cuando "vimos una avalancha de gente y nos decían que corriéramos. La niña empezó a decirme mamá pasa algo, pasa algo. De repente comenzaron a bajar las persianas de las tiendas y por megafonía se anunció que había que evacuar". Preguntaron a trabajadores del aeropuerto y el pánico se adueñó de ellos cuando escucharon la palabra bomba.

Caos y confusión

"Era un momento de caos y confusión porque no sabíamos qué estaba pasando. Nos refugiamos detrás de una columna porque teníamos miedo de que la gente que llegaba corriendo se llevara por delante a las niñas. Nos acercamos después a una puerta de embarque. Teníamos miedo de que en cualquier momento llegara un terrorista y comenzara a disparar, como sucedió en Francia. Empezamos a recibir entonces noticias de lo que estaba pasando", relata el padre de familia.

Aunque estaban viviendo este trágico episodio en sus propias carnes, fue a través de sus teléfonos móviles, consultando medios de comunicación españoles, cuando empezaron a saber qué estaba ocurriendo. Conocieron entonces que otro atentado terrorista había volado por los aires la estación de metro de Maelbeek. Llamaron a sus familias en España para avisar de que estaban bien. Mientras las noticias sobre las cifras de muertos y heridos en los atentados iban fluyendo, este grupo de alicantinos ya había sido desalojado del edificio aeroportuario y esperaba en una de las pistas de despegue y aterrizaje, donde vieron como llegaban camiones del ejército y ambulancias. Desde ahí ya se avistaba el humo que salía de la terminal.

"No sé decir en cuánto tiempo ocurrió todo porque perdí la noción del tiempo. Tuvimos que apagar los móviles para no quedarnos sin batería. Desde allí tras varias horas nos condujeron en autobuses a un polideportivo de Zaventem y al llegar ya habían preparado mesas y sillas, mantas, comida o café y leche caliente", prosigue Mari Carmen Andreu. Allí se inscribieron en una lista con la que las autoridades estaban haciendo un recuento de las personas que habían salido con vida del aeropuerto.

"Fue algo así como vivir en primera persona lo que otras veces has visto por televisión. Había muchos nervios e incertidumbre". En ese pabellón permanecieron desde martes a medio día hasta miércoles a las dos de la tarde, cuando emprendieron el viaje de regreso a España.

"Durante el tiempo en el que permanecimos allí, la policía belga, la Cruz Roja y los voluntarios que nos ayudaron se portaron genial con nosotros y nos proporcionaron todo lo que nos hacía falta. Incluso dispusieron internet por wifi para que nos pudiéramos comunicar. Hubo ciudadanos belgas que llegaron para ofrecernos sus casas para que pudieran dormir allí los menores o las embarazas y trajeron también juguetes para los niños. Otros se ofrecieron para llevar en sus coches a la gente que lo necesitara. Pero no puedo decir lo mismo de la embajada y el consulado de España, que ni si quiera se acercaron para preguntar cómo estábamos o si necesitábamos algo. Tampoco tuvimos atención ninguna de la compañía aérea. Poco a poco vimos como las embajadas de otros países y las aerolíneas se iban haciendo cargo de los demás pasajeros y al final sólo quedamos un grupo de cincuenta personas, en su mayoría españoles, que dormimos allí, en colchonetas", expresa la madre de la familia.

Tanto es así que fue una voluntaria belga de origen español la que los puso en contacto con una agencia de viajes y pudieron comprar billetes de autobús para regresar hasta España, pagando ellos mismos los pasajes. "Nos sentimos totalmente desamparados porque sólo los belgas nos ayudaron, no recibimos ninguna ayuda de nuestro país. Ha sido un trago muy amargo pero agradeceremos siempre la solidaridad de Bélgica".