Desesperados. Así están los vecinos del barrio de Casa Grande, de la pedanía oriolana de San Bartolomé, quienes llevan más de un año sufriendo una oleada de robos que no cesa, al contrario, va cada vez a más, hasta el punto de que, el último de ellos, se ha producido con los residentes dentro. Las cámaras de seguridad y alarmas instaladas por los propietarios, completamente hartos de la situación, lograron captar durante el último asalto, hace tan solo dos semanas, a los ladrones. «Les da todo igual, ni siquiera eso les ha frenado», lamentan.

Joyas, electrodomésticos, utensilios agrícolas, televisiones, dinero... cualquier botín es bueno, «y cualquier hora del día», denuncia una vecina, «hasta el punto de que han llegado a entrar aprovechando que unos vecinos dejaban la casa sola para ir a hacer la compra». Otros «hemos tenido que vender todo lo que teníamos de hierro para evitar que se lo llevaran para revenderlo: andamios, hormigoneras... así me ahorraba los disgustos», lamenta.

El hecho de que estos robos se produzcan de forma continua, y aprovechando estos pequeños tramos de tiempo en las que las viviendas se quedan vacías para tareas cotidianas del día a día, hace sospechar a los residentes que se trata de las mismas personas «y que están muy cerca, pues nos vigilan, saben cuando entramos y salimos». Los vecinos piden que las autoridades pongan el foco en un barrio cercano en el que «hay mucha pobreza, convive gente de muchas nacionalidades que no tiene para comer, y de algún sitio lo tienen que sacar».

De hecho, reivindican que esa presencia de la Guardia Civil es la única que puede frenar esta oleada de robos, con patrullas permanentes «y deteniendo a los culpables, pues tienen las fotos de los ladrones están en el cuartel, gracias a las cámaras que instaló un vecino y que, pese a ello, entraron de nuevo». Los robos, además, vienen acompañados con numerosos destrozos en candados, puertas, ventanas... Hasta las rejas de seguridad de muchas de ellas han sido arrancadas sin miramientos.

Los vecinos viven «atemorizados, así no se puede vivir. Hubo una inglesa que, al morir su marido, volvió a su país a enterrarlo y a arreglar el papeleo. Cuando volvió, se encontró la casa destrozada. Al final, y visto lo visto, acabó vendiendo la casa a otro matrimonio, que también ha sufrido varios robos desde entonces, es insostenible». Este miedo es el que hace que la gran mayoría quiera permanecer en el anonimato, «para evitar represalias».

En el último año, los residentes han presentado una veintena de denuncias, todas concentradas en apenas «cuatro o cinco viviendas». Se trata de una zona rural, con chalés que se encuentran apartados del núcleo urbano, y que hacen todavía más fácil estos robos sin que sean detectados, ni por las autoridades, ni por los propios vecinos.

«Hemos tenido que instalar una puerta blindada en la despensa, y guardarlo todo ahí. Es el único sitio al que no han conseguido entrar las veces que han entrado, pero no se trata de eso, se trata de ponerle remedio de una vez por todas»

Para ello, suplican la atención de las autoridades para «poder vivir en paz de una vez, poder dormir por las noches, sin saber si te van a desvalijar por completo, otra vez».