Es conveniente repetirlo a ver si nos enteramos de una vez. El Instituto Nacional de Estadística no ha descubierto nada nuevo. Torrevieja siempre ha sido un pueblo pobre. Lo dejó escrito Larramendi cuando redactó el plan para reconstruir la ciudad tras ser arrasada por aquel terremoto. El próximo día 21 se cumplirán 87 años de aquel estropicio. En su demoledor informe al Rey, aquel arquitecto-militar dejó escrito que no existían razones objetivas para volver a levantar el mismo número de viviendas derruidas en una población donde los medios de vida estable brillaban por su ausencia. En aquel tiempo buena parte del personal sobrevivía -o vivía como Dios- de la trampa y del enredo, del contrabando en todas sus escalas. Ahora lo hace, en buena parte, de la economía sumergida.

Y en esas andamos, ocupando el último puesto de España en el índice de renta media por vecino y las reducidas dimensiones de las casicas y pisicos del lugar andan a la cola en el computo general del país. Nuestro paisaje pasó a la historia asolado por los buitres en tiempos de bonanza, aves de carroña graznado la palabra desarrollo, mientras a la vez deglutían y defecaban el concepto de «sostenibilidad». Poco acostumbrados a exigir explicaciones, la dimensión de algunos hechos se nos escapa y la semana que dejamos atrás ha sido pródiga en medias palabras o en silencios.

Ahí tenemos al alcalde José Manuel Dolón, fichando a Vicente Ballester, economista municipal retirado y ahora una nómina por cerca de ochenta mil euros brutos/año. Sus poderosas razones tendrá el primer edil al realizar un contrato de este tipo, cuestionado por tirios y troyanos, pero que las explique a todo el mundo. Si esta operación que el propio primer edil no elude en calificar de contrato «a dedo» da los frutos esperados, también debe tenerlas este técnico eficaz, discreto y corredor de fondo para aceptar el reto pese a que no puede ni instruir ni firmar informes. Está claro que será el alcalde el que los firmará.

Ocurre que como haga lo que haga el pentapartido da igual, porque a los ojos del Partido Popular, como le pasaba con los que gobiernan ahora cuando eran oposición, todo esta rematadamente mal. Salen alimón el diputado nacional Joaquín Albaladejo y el exalcalde y diputado provincial Eduardo Dolón. Solemne el primero en su papel de padre de la patria; emulando el segundo a los cristobitas con la porra de los títeres de nuestra infancia. Arteramente ambos dejan para la historia el siguiente titular: «El alcalde contrata a dedo a un jubilado y cierra Alimentos Solidarios». Sendos «piquicos de oro» (como solía decir el exalcalde del movimiento, Vicente García, al atribuir su verborrea categoría por estar iluminado por La Purisimica Concepción, Patrona de Torrevieja) conocen que sus seguidores se creen lo que sea a pies junticos. Debe de tener explicación lo del amago de cierre de Alimentos Solidarios. Esta institución benéfica (versión moderna de Auxilio Social) funciona eficazmente. Cuenta con una subvención municipal anual de 40.000 mil euros. Este año no la ha recibido. Sus dirigentes no culpan por ello a los funcionarios ni a los políticos. Reconocen haber cometido el error de no incluir en la solicitud un formulario de hacienda, el 347, requisito imprescindible a la hora de que el Ayuntamiento abone cualquier pago o subvención. Desde Alimentos Solidarios porfían en que hasta la fecha siempre habían cumplido este formulismo ahora olvidado. Lo pongo en tela de juicio.

Lo de andar por el alambre de la plana mayor de Ciudadanos tampoco es nuevo. El difícil equilibrio se ha perdido originando el descomunal «costalazo» que se han dado de bucres dos de sus miembros más representativos: Rosario Soler Torregrosa y la edil Pilar Gómez Magán.

Ambas, tras más de un zarandeo, coincidieron en el Cuartel de la Guardia Civil interponiéndose sendas denuncias. Rosario tiene un carácter de «espolsaguera»: todo lo envuelve. Pilar es todo voluntad. Neófita en la política local se está enterando de lo que vale un peine.