Los visillos de los recuerdos pierden transparencia con el paso de los años, se hacen opacos. Me ocurre al rememorar las fiestas patronales de Torrevieja, en honor a La Inmaculada Concepción, «La Purísima». En lugar de pensar que tengo más de 70 primaveras, me inclino por contar los años echando mano a fechas puntuales; entre ellas, las de La Purísima.

En la lejanía evoco imágenes como la de Bartolo, «El Charamitero». Figura bastante alta y erguida, la de aquel hombre con su flauta y pañuelo blanco de seda anudado al cuello y gorra. Cual flautista de Hamelín congregaba a la chiquillería a los compases de «Serafina, la Rubiales», acompañado de un niño tamborilero. En aquella época Bartolo hacia sonar su música, al amanecer, a mediodía y al caer la tarde.

Con mucho frío -y los mocos colgando- recorríamos las calles tras La Charamita. Una vez recalamos en un lugar y se me quedó grabada una imagen escatológica. No la cuento porque cuando la recuerdo me dan náuseas.

Junto a la charamita iban los consabidos gigantes y cabezudos, cuyo deprimente y astroso estado de conservación motivó una cuestación infantil encabezada por el entonces niño Cayetanín Bernabeu Melendez con el fin de sufragar los gastos de renovación de caretas y vestuario.

Viví la gloriosa época de «La Vaca». Ensogada cuando con una cuerda en cada cuerno, la muchedumbre la llevaba en volandas.

No éramos crueles con el animal. Las amorosas crueldades nos las perpetrábamos entre nosotros. Estábamos ojo avizor para esquivar, en la medida de lo posible, los gatos muertos, alpargates o zapatos viejos que surcaban el entorno buscando destinatario.

En los años que duró aquello a la vaca se conducía a tironazo limpio ante las puertas de los edificios más significativos de pueblo: Correos, el Ayuntamiento, la oficina principales de las Salinas y el Casino. Sigo sin entender por qué no las postraban también en los escalones del templo de la Inmaculada. Estos fueron durante mucho tiempo los principales festejos patronales que se completaban con «un gran baile de sociedad» en el Casino. Naturalmente, solo para sus socios.

En la vertiente religiosa llamaba la atención que el novenario a la Patrona comenzara al día siguiente de la Purísima. Tenía sus explicación según oí contar: Los predicadores cobraban menos por sus sermones a toro «pasao» y la parroquia era pobre. Ahora, dicen, es rica, rica...; y como tal, discreta con sus tesoros.

En aquel tiempo, tuvimos un cura párroco don José Asencio Campello, con sus dos hermanas solteras, María y Manuela. Aquel sacerdote tenía, entre otros dones, el de la facilidad para enemistarse hasta con sus más fieles parroquianos.

En una ocasión se peleó con el coro y les prohibió cantar los himnos en la iglesia al final de la procesión de la Patrona. Los cantores dijeron que cantarían en la calle.

Amenazó con traer a militares para llevar las andas del trono de la Patrona y que estos, cumpliendo órdenes, no pararan el desfile si oían cantar. No vinieron soldados. Con el vecindario (cosa de pueblo) dividido, la procesión paró y los cantores cantaron. También paraba frente a la primitiva Cruz de los Caídos, la mas fea que uno pueda imaginarse. Sigue haciéndolo, como siempre, al situar la imagen de la Patrona mirando al mar. El tiempo pasa. Mis hijos, antes, mis nietos ahora, han tenido y tienen una infancia holgada con un abanico de festejos específicos. Entonces casi todo fueron mocos y miseria. ¿Serán igual de felices como lo fuimos nosotros?. ¡¡A disfrutar estas fiestas, las más entrañables para las gentes de aquí !!, junto a las tradicionales de Navidad y Reyes. Salud y...