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El riego tradicional permite dotar al 23% de la huerta con agua usada hasta tres veces

Un estudio de la UA desvela que el aprovechamiento del Segura permite producir en 4.200 hectáreas con caudales que ya han regado otros campos

Azud de Formentera del Segura Vicente Muñoz

Al máximo se aprovecha el agua en el sistema de riego tradicional de la Vega Bajael sistema de riego tradicional de la Vega Baja. Tanto, que un 23% de la superficie regada en la comarca por esta red -42,69 kilómetros cuadrados- se hace reutilizando el agua del río que ya ha sido empleada antes para el riego de los 140,52 kilómetros de tierras de cultivo restantes. Es una gestión calificada como «sumamente eficiente» en un estudio que sobre las redes de acueductos existentes en la comarca han publicado especialistas del Instituto Universitario del Agua y del Departamento de Ingeniería Civil de la Universidad de Alicante.

Ejemplo de aprovechamiento extremo de recursos hídricos en una zona endémicamente deficitaria, sin embargo permite mantener todavía un total de 18.321 hectáreas de cultivo tradicional con aguas desviadas del viejo Segura.

Traducido al lenguaje agrícola, las que se riegan con aguas que ya han regado otros bancales en la misma huerta son más 4.200 hectáreas de cultivo entre Puertas de Murcia, en el límite de Orihuela con la Región de Murcia y la desembocadura del río en Guardamar del Segura. A lo que es lo mismo 35.600 tahúllas.

El secreto, a la vista de cualquiera que se pase por la huerta, radica en el ingenioso sistema que conduce y reconduce el agua por gravedad sin que se pierda una gota. Para eso está la extensa red de canales que ingenieros musulmanes dejaron en estas tierras en época andalusí, tal y como destaca el estudio. Y algunos nombres se conservan todavía de aquellos fieras en las cosas del regar que eran los moros, como recuerda cualquiera que hoy siga labrando la tierra. El azud de Alfeitamí, la acequia de la Alquibla, la de Almoravit... Cada uno con una misión que cumplir. Tomar las aguas del río. Distribuirlas donde hagan falta. Y devolver las sobrantes después de haber regado los campos.

Arturo Trapote, José Francisco Roca y Joaquín Melgarejo han catalogado y explican en su trabajo cada uno de los elementos de una obra hidráulica de aparente sencillez, que después de diez siglos continúa siendo la urdimbre del desarrollo agrícola de la Vega Baja del Segura.

Según el mismo estudio, conjunto el sistema de canalizaciones del riego tradicional en la Vega Baja se compone todavía de 63 acueductos dibujando un mapa en forma de arterias que se extiende a lo largo de 402,86 kilómetros.

Los ocho azudes

De ellos 168,72 km -el 42% del total- corresponden a la red de aguas vivas que se toman directamente del río a través de los azudes. Algo más de 54 km (el 13%) a la red de aguas vivas reutilizadas que no abandonan las acequias. Y 180,06 km de acueductos -un 45%- forman la red de aguas muertas resultantes tras el drenaje de los riegos, que se van recogiendo en los azarbes para conducirlas de nuevo al río, donde vuelven a estar vivas para el siguiente azud.

En el origen de esta extensa red de acueductos que son las acequias y los azarbes que distribuyen el agua para el regadío, se encuentra siempre un azud, una toma directa de agua del río contruida en el cauce. Ocho hay aguas abajo en este tramo final: El de Las Norias, Los Huertos, de Almoradí y de Callosa-Catral que se encuentran en el mismo centro de la ciudad de Orihuela, el Azud de Alfeitamí, el de Formentera, el de Rojales y el de San Antonio o de Guardamar. Todos se mantienen operativos hoy día al margen de grandes obras de infraestructura hidráulica como el trasvase Tajo Segura o la desalinizadora de Torrevieja.

Y de cada azud, explican los investigadores, parte una red que llaman «de aguas vivas», que no son más que las recién salidas del río, las que manan y circulan de manera natural por las acequias antes de que empapen la tierra en un riego.

Este conjunto de canales por donde circulan las «aguas vivas» se complementa con otra de acueductos de drenaje, los azarbes. Por un lado recogen las aguas que sobran después de haber regado una parcela, las que llaman «aguas muertas», para devolverlas al río evitando así que el terreno se encharque y se pudran los cultivos.

Por otro, vuelve a llevar las aguas que ya han regado evitando su pérdida. Un ciclo de eterno retorno donde el agua sale del río, circula, moja el terreno lo justo, y vuelve a circular para regresar al río tras haber cumplido su función de riego. Así se ha hecho siempre y así se seguirá haciendo. Todo está más que pensado para evitar la más mínima pérdida, que sería derroche.

Donde no hay abastecimiento de agua de la red inicial de «aguas vivas», las sobrantes que van a parar a los azarbes pueden ser declaradas «vivas» dos veces más sin haber pasado por el río.

Y por lo que apunta Joaquín Melgarejo al hilo de esta optimización del recurso, unas mismas aguas pueden hacer hasta tres riegos, riegan una primera vez y luego se reutilizan dos veces más.

La eficiencia, matizan los autores, se centra sobre todo en la cantidad de agua. Después del último drenaje las aguas, «muertas» ya con tanto riego, siguen viaje mansamente por los azarbes para ser vertidas al río. Pero tan pronto tampoco se dejan perder, porque cuando llegan aguas abajo a un nuevo azud, se vuelven a derivar a otras acequias y «quedan declaradas de nuevo como aguas», volviendo a la vida. La metáfora se quedaría en lo literario si con este sistema no prosperase una de las agriculturas más eficientes del país.

Arrobas, azarbes, hijuelas...

La última reutilización se da en el Octavo y último azud, donde el río cede caudales para que sean elevados tanto a la margen izquierda, hacia campos de Crevillent y Elche, como a la derecha hacia los campos de Guardamar y de La Mata-Torrevieja).

El sistema de canalización se va multiplicando y dividiendo en ramales que van haciéndose más pequeños extendiendo el trazado de la red. Cada uno tiene su nombre específico. En la de aguas vivas hay acequias mayores o madres, que toman el agua del río a través de los azudes. Más pequeñas son las arrobas o acequias menores, y éstas se dividen a su vez en los brazales y las hijuelas, que van dibujando sobre el terreno trazados irregulares y serpenteantes.

Y en sentido inverso se dispone la red de aguas muertas o azarbes. De multitud de pequeños canales que recogen las aguas ya utilizadas, los escorredores, los canales van aumentando su tamaño en las azarbetas o azarbes menores, hasta alcanzar los azarbes mayores, reuniéndolas todas en un solo punto para devolverlas al río en un trazado regular de forma poligonal.

El boom urbanístico, la competencia de los grandes productores que transformaron tierras de secano con el trasvase del Tajo, y la amenaza del mercadeo con el agua del Segura, amenazan un sistema y un paisaje para el que se reclama su protección como Patrimonio de la Humanidad.

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