Cuando pronunciamos esta exclamación -¡vaya una losa!- venimos a referirnos a algo que consideramos una pesada carga, y no precisamente emocional -aunque a veces también-, a algo que es difícil aguantar, pese a que, con mucho esfuerzo, el hombre -en general- consigue superar adversidades que, en principio, se entienden como losas, para lo que, en ocasiones, incluso se precisa de ayuda profesional, entiéndase psicólogo o psiquiatra, según el grado de ansiedad, angustia, congoja, desazón, precaución o zozobra que ocasione la losa del pijo.

Esto es lo que va a tener que hacer más de uno en la Casona de la Esquina del Pavo, buscar asistencia profesional porque al personal parece que le gusta meterse en charcos que no son suyos y, al final, sale «pringao» de mierda hasta el «socón». ¡Vamos a ver, alma de cántaro!. ¿A quién, en su sano juicio y con la vara de mando en la mano -ya sea la derecha o la izquierda- se le ocurre pedir opinión sobre algo que, por la condición de «jefe», se puede hacer sin rendir cuentas?. Por ejemplo, ¿se pidió parecer a los olezanos sobre lo que hacer en la Glorieta Gabriel Miró cuando se remodeló?; ¡pues no, se hizo y punto!, que para eso se tiene la potestad de hacerlo. ¿Nos pidieron opinión sobre el proyecto para encauzar el Segura?; ¡pues tampoco!. Por esa regla de tres, la de consultar cuando no queremos pillarnos los dedos, se nos tenía que haber «preguntao» si estamos de acuerdo con el convenio que se ha «firmao» con los «treneros» y por el que hay que pagar 3'5 millones de pavos para la dichosa losa; ¿o no?. A veces, ¡tanta transparencia no es buena y si encima esa transparencia no aclara nada, apaga y vámonos, pariente!. Es verdad que el pueblo es soberano, pero no está bien, creo, convertirse en Pilatos y lavarse las manos en según qué cosas, como queriendo eludir responsabilidades. ¡Para eso, es mejor quedarse en casa!. ¡Hay que mojarse, socio!.

Mirad, Vicente Quiles -último alcalde franquista de Elche- ha pasado a la historia por diseñar -bueno, sus arquitectos- el soterramiento del tren a su paso por el mismo centro del pueblo. Oleza está dividida por el río Segura, pero la ciudad de los dos Patrimonios de la Humanidad no sólo lo está por un río, el Vinalopó, sino también por el tren, con lo que la solución a sus problemas/males era doblemente complicada. ¡Y se consiguió; con losa y todo!. El recorrido de la losa ferroviaria ilicitana tenía, y tiene, pelendengues, porque estamos hablando de varios kilómetros (desde la entrada al pueblo por la carretera de Alicante, a la altura de lo que era el Polideportivo Kelme, hasta la salida por la de Crevillent, justo enfrente del Parque Comarcal de Bomberos y el Centro Comercial Aljub, o al revés, como se quiera), Ahora ese vial son tres grandes avenidas: de la Libertad, Universidad y Ferrocarril. En Oleza parece que es menos «complicao» el asunto, aunque esto lo digo con muchas reservas porque no entiendo, ni quiero, de cuestiones arquitectónicas ni de obras faraónicas; ¡para eso están los técnicos y, además, cobran!.

Desde el Palacete del Marquesado de Arneva, a modo de medida salomónica, se ha querido hacer partícipe a los ciudadanos de la gran cagada que parece que va a ejecutarse y así se toca a menos «caca per cápita» (ya se sabe que más vale un bombón compartido que una mierda para uno solo). Lo que preocupa -por lo menos a mí- es que -según las crónicas que he leído esta semana- el 60% de los olezanos está más cabreado que el elefante de la cacería de Juan Carlos de Borbón por las obras del Ave. ¡Y encima se le pregunta al personal qué haría con la losa!. La cosa parece que ha quedado clara, ¡a la gente se la bufa lo que se haga con la losa!. Para muestra un simple botón: en Oleza hay censados unos 37.000 habitantes -en la ciudad, no en el municipio- y de esos 37.000 solo han contestado 59 a la encuesta planteada por los gavioteros para ver qué se hace con la cubierta; o sea, que el porcentaje de participación dice bien claro y alto que a la ciudadanía le importa un «web» lo que se haga. ¡Aparta de mí este cáliz/losa!.

Mientras tanto, nos vamos a Londres a promocionar el turismo de golf, que, ¡lo que son las cosas!, está suficientemente promocionado por los propietarios de los campos, porque ellos son los que se juegan las «perricas». Menos mal que alguien se preocupa por el pueblo y ha hecho un estudio para ver si se puede declarar «Patrimonio de la Humanidad» el casco histórico de la Villa y Corte. ¡Veréis como algún político avispado querrá apuntarse el tanto y subirse al carro. ¡Señor, que «crus»; digo losa!.