¿Asco? Sí, asco. Me pensé diez veces el adjetivo antes de ponerlo, quizá sea excesivo, como lo era -para bien- Miguel Hernández y como lo es -para mal- aquellos que deberían velar por uno de los bienes intangibles más importantes de Orihuela al que solo mentan en el aniversario de su nacimiento o muerte sin que el recuerdo permanente al autor de «Perito en lunas», y de tantas y tantas poesías que son obras de arte, perviva en la ciudad que le vio nacer. Volver a ver el Rincón Hernandiano cómo está estos días, en este mes de octubre en el que se rememora el nacimiento del poeta me convenció que lo que da al visitante que se acerca hasta allí es asco y refleja la indiferencia de todos aquellos que deberían velar por su recuerdo.

Las pintadas han hecho mella en un espacio público de Orihuela del que hace mucho, mucho, que nadie se encarga de borrar. Al final se convertirá en un gueto, como antaño lo fue, con un retén de policía incluido, porque está en uno de los barrios más deprimidos de la ciudad. El paso de turistas, muchos despistados dándole la vuelta a un mapa del revés en busca de información o localización, es lo único que referencia este lugar en el que se prometió desde una cafetería permanente para que sirviera de lugar de encuentro y asueto hasta una tienda de recuerdos, sin olvidar conciertos y música en directo que durante algunos meses sirvieron para hacer creer que algo estaba cambiando.

Y 2010, un año que debía de marcar un antes y un después cuando se cumplía cien años de su nacimiento, acabó con una curiosa inauguración: la de la Casa Natal en un acto en el que la entonces consellera de Cultura, Trini Miró; y la que fue alcaldesa, Mónica Lorente, abrieron simbólicamente las puertas de un edificio que arrastraba una polémica de años porque, como tantas otras cosas en Orihuela, las medidas de la vivienda que se habían comprado no correspondían con las reales.

Cambio

El cambio en 2011 de mandato a un gobierno progresista -Los Verdes y PSOE- coincidió con la noticia de que el legado de Miguel Hernández había sido adquirido por un pequeño municipio jienense: Quesada, donde nació la esposa del poeta, Josefina Manresa. Este hecho circunstancial y el que uno de los principales trabajos del poeta oriolano, después mil veces musicado, sea bandera de esta provincia andaluza -Aceituneros- fue motivo más que suficiente para que la Diputación y el Ayuntamiento realizaran una inversión magnífica mientras que la provincia de Alicante, con tres municipios que durante tiempo pelearon por acaparar la capitalidad del poeta -Alicante, Elche y Orihuela, incluso con la propia Diputación de por medio- se quedaban con un palmo de narices.

El diario contactó con al nuera del poeta, Lucía Izquierdo, para saber su opinión sobre qué está pasando con Miguel Hernández en Orihuela y declinó realizar declaraciones en este momento. Ella abandonó hace más de una década la Fundación que se creó en 1994 y que tras dos décadas no se sabe si va o si viene. Su responsable los últimos años se ha quejado amargamente del olvido de las instituciones, algo que se ha reflejado en el presupuesto destinado a dar a conocer la obra del poeta. Entrar en las instalaciones levantadas en un edificio que ha llegado a tener la alarma rota durante meses y las cámaras de seguridad que no grababan, dan una imagen al visitante lo mal conservada que está la memoria del poeta. El trabajo pendiente, que es mucho, está en la planta superior que, por su desorden, mejor no mencionar.

Desde entonces hasta ahora, Orihuela ha languidecido sin que nadie haya dado con la tecla adecuada para que Miguel Hernández esté en el lugar que le corresponde. Es fácil, y más en estos días, escuchar críticas a la falta de actos o de calidad de los mismos al que se conoce como Octubre Hernandiano. Y es cierto. Si la poesía es mucho es originalidad, imaginación, cariño, ternura y emociones al Ayuntamiento de Orihuela siempre le ha faltado todo eso y, en definitiva, capacidad para generar la sorpresa y para inyectar en vena a los escolares quién era el Cristiano Ronaldo o el Messi de la palabra porque eso, seguro, sí lo entenderían.