Según cuenta su historia, una vez terminada la guerra española del «36» la primera consecuencia para Miguel Hernández fue el destierro; no obstante, su espíritu rebelde y su amor fraterno le hizo desobedecer y desplazarse a Orihuela para visitar a sus padres como lo haría cualquier buen hijo a pesar de la advertencia de Josefina: «Miguel, no vayas a Orihuela, que allí no nos quieren». Lapidaria frase que, chocando con el espíritu libertario de Miguel, espoleó aún más si cabe sobre su intención. «Yo no he cometido delito alguno contra nadie. Sólo participé en la guerra en defensa del Estado de Derecho». Este fue el desencadenante de su pasión y muerte y la expiación de culpas por su ideología y pensamiento. Después llegó la sobrecogedora historia carcelaria: torturas, vejaciones y todas las represiones, condenas y abusos cometidos contra él y su familia.

Cuentan sus biógrafos que al morir Miguel no pudieron cerrar sus ojos pues el hipertiroidismo que padecía le produjo el Síndrome de Kraus. Seguro que así fue porque la ciencia lo explicó así. Pienso que fue su último mensaje premonitorio del calvario que ha sufrido su familia y su legado como queriéndole decirles: «No cerréis nunca los ojos, estad vigilantes, porque lo poco que os dejo lo tendréis que defender con uñas y dientes. Los depredadores no cejarán en el empeño de hacer leña del árbol de mi creación».

Así ha sido desde entonces. Primero Josefina, quien en su viudez vivió incansablemente sola la travesía de su desierto, quemando su vista y su vida, escondiendo y cambiando de sitio el legado de su herencia y sufriendo los ataques salvajes que en su derredor intentaban, incansables, mermar su menguada pero amorosa herencia.

Ya en Elche brilló un momento de luz, con un alcalde progresista con el que consiguió un acuerdo de mínimos que sólo duró dos meses pues una enfermedad maligna, la pérdida de su hijo y los años de sufrimiento y de trabajo acabó con su vida.

Al hacerse cargo de la herencia familiar la otra viuda, la de su hijo -Lucía Izquierdo, quien con dos niños de corta edad vivió con más virulencia si cabe el acoso y derribo de su voluntad, engaño tras engaño, intentaron mermar y rebañar las cosas de Miguel, pero el mensaje transmitido hasta la saciedad por Josefina a sus herederos, en el mantenimiento de sus ojos bien abiertos ante los depredadores, consiguieron mantener el legado a buen recaudo. Después de un buen acuerdo con el Ayuntamiento progresista de Elche, la maldita política, al cambiar de signo, incumplió el legal acuerdo que aún continúa en los tribunales. Esto hizo que los herederos de Miguel retiraran y guardaran una vez más el legado, lejos de intereses bastardos. La Fundación Miguel Hernández, formada y propuesta por el gobierno conservador de la Comunidad Valenciana, como fórmula de hacerse con el legado hernandiano y domiciliarlo en Orihuela, propuso unos estatutos y unos patronos para dirigirla, incluidos los herederos del poeta, y, una vez dentro, los «ojos bien abiertos» de la familia se dieron cuenta que la única pretensión de gobierno de aquella Fundación era manejar el legado de Miguel, con criterios político-partidistas y económicos, ajenos a la esencia humana y de pensamiento de nuestro poeta. Apreciado esto, la familia renunció a estar en ella. Más adelante se supo el desmesurado y despilfarrador gato de la tal Fundación que, según quien la dirigía, alcanzó gastos por muchos cientos de miles de euros. Después ocurrió el deterioro de una parte del legado que había traído la familia a Orihuela, pisado y maltratado en la sala San Juan de Dios, cuyos daños comprometidos aún deben la familia. Más adelante, cercano el 2010, año del Centenario, el intento de apropiarse del nombre, la firma y la imagen de Miguel Hernández por parte de los responsables municipales de la época que, como comparsas singulares de la Fundación y los mandatos de Valencia, ayudaban para ello.

Esto obligó a la familia a oponerse para que no se los quitaran, costándoles varios miles de euros. Un cambio progresista en Orihuela hizo concebir esperanzas de que el legado hernandiano pudiese estar aquí. Su alcalde se acercó a la familia y, en un intento encomiable, les convenció para que fuese portadora de nuestro Oriol aquel año como un signo para que terminara el desapego de Orihuela con Miguel Hernández, todo ello previo al desarrollo del proyecto y convenio para la instalación del legado y ¡oh sorpresa!, el alcalde de Orihuela, desautorizado por su propio equipo progresista y sin más explicaciones nombró a otro portaguión del Oriol, dejando a la familia y al legado en el limbo. Lo que confirma y ratifica aquella frase: «Miguel no vayas a Orihuela que allí no nos quieren». Poco tiempo después la Corporación de la ciudad de Quesada, respaldada por la Diputación de Jaen y el gobierno andaluz, entabló conversaciones serias con la familia del poeta y llegaron al acuerdo de que el «Legado Hernandiano» se quedase en el pueblo natal de Josefina Manresa, convirtiéndose así por el momento la ciudad de Quesada en el «Último destierro de Miguel Hernández».

En Orihuela sólo queda una Fundación privada, auspiciada, presidida y pagada por la Comunitat que yo espero que los herederos de Miguel Hernández más pronto que tarde y como legítimos dueños de su nombre, su herencia, su legado y sus fundamentos, tomen posesión de su esencia y directrices.