Ayer mismo desde el Grupo Socialista, se hacía pública la decisión de elevar al pleno municipal la propuesta por la que se otorgaría, a la Sociedad Compañía de «Armaos» la Medalla de Plata de la ciudad. Una propuesta que, a buen seguro, saldrá adelante. Las palabras del presidente de la Corporación en el todavía cercano 2009, como glosador de la institución pasionaria, serían el mejor de los argumentos que avalan esta propuesta, que ojalá termine teniendo carácter institucional.

He querido echar la vista atrás, 125 años son muchos, nos quedan las anécdotas y las añejas fotografías de los cien primeros. De los siguientes, nos quedan esas cosas que forman parte de la vida y que en el recuerdo permanecen para siempre, como algo tuyo, inseparable e irremediablemente tuyo.

Si la Corporación decide avalar lo que ahora se le propone, serán Medalla de Plata de la ciudad muchos bisabuelos, abuelos, padres, hijos, nietos y bisnietos con una sola decisión. Será, posiblemente, la primera vez que cuatro generaciones puedan ostentar y vivir tan alto honor, al mismo tiempo.

Sobre todo, tendrá de excepcional que gentes de aquí y de fuera de aquí, pensando, incluso creyendo, cosas diametralmente diferentes, tendrán la Medalla de Plata de la ciudad. Esta es la principal grandeza de la Centuria Romana.

Esta ha sido, estoy seguro seguirá siendo, la grandeza de los Armaos, el secreto para mantenerse vivos en esta Orihuela, que tanto sabe amar y devorar al mismo tiempo, nada más ni nada menos, que durante 125 años. Porque les han puesto voz en sus pregones, manos en sus banderas y bastones de mando, gentes que pensaban de forma dispar, de forma antagónica, pero que construyeron, por un momento, lo común. Montero Mesples y Luna Espallardo son nombres que lustran este siglo y cuarto, pero estos no serían nada sin Josete, Ventiundí o el mítico Pitoto. ¡Qué bien refleja esta historia mi compadre Carmelo Illescas!, en su libro sobre los Armaos, ya necesitado de una revisión y ampliación.

No puedo evitar recordar los días difíciles, las reuniones hasta la madrugada para arreglar lo que parecía quebrarse; cuánto sabe de esto el presidente Ramón. Cuánto sabe de volver a la carga, a las ilusiones y las emociones, sobre todo a las emociones, porque ser «Armao», ante todo, es una emoción que tenemos los propios y provocamos a los ajenos, cada noche de la Semana Santa. Es esa emoción de vivir el drama y la comedia en lo que dista el canto de un duro. Es la emoción de saberse parte de una historia grande y por una puñetera vez de todos. Y tener grabado en las entrañas la pequeña historia personal de recordar a un padre camino de la muerte y a un hijo camino de la vida.

Pocas veces sus señorías colgarán la medalla de plata de la ciudad en el cuello, lleno de risas y lágrimas, de una emoción. De la emoción que se debate cada año, entre la solemnidad de un crucificado de tez agónica y el clamor de pedir que te casquen la nuez todas las Isabelitas del mundo.