El «Caballo Blanco» ha llegado este año con antelación a Torrevieja. En esta tierra, ignoro por qué, las gentes del mar a los episodios meteorológicos adversos para su actividad, al igual que a los periodos de escasez, los califican y engloban con esa corta frase.

Con mal tiempo los pesqueros de cerco no pueden salir a faenar. Y en esta ocasión han dejado de hacerlo casi toda la semana. No han podido calar sus redes al impedirlo la mar de fondo reinante en los caladeros torrevejenses.

Por estos pagos, ya se sabe, si no se pesca no se cobra. Y además los pescadores se endeudan. Se les desquita la cuota correspondiente a la seguridad social cuando el barco ingrese dinero por la venta de futuras capturas.

La mar de norte, esa que arroja de tres en tres las olas contra rocas y playas, ha lavado y centrifugado a fondo las arenas de todas las de Torrevieja. El azul del mar estos días ha adquirido la tonalidad del color de los ojos de María José, dependienta del estanco más antiguo de la ciudad, el número uno. Lucia, una de sus regentas ya se ha puesto uno de sus escharpes al bajar las temperaturas. El patriarca de la casa, Ramón contempla desde su asiento pasar la vida y los clientes. Su trayectoria en los tajos salineros y en el sindicato -cuando en las salinas los sindicatos pintaban algo-, quedaron atrás.

De la Playa de Los Locos han desaparecido los últimos paseantes madrugadores, y con ellos un grupo de castellano - manchegos que se han pasado todo el verano despotricando, porque según ellos, desde aquí les estamos robando el agua.

Cuando sol comienza a despuntar en el horizonte marino, sobre las ocho de la mañana se han vuelto a oir los gritos guturales realizados a pleno pulmón por un hombre grandullón increpando a los edificios de la cercana fachada marítima. Lleva años así.

Debe de ser inofensivo. Quienes ya no se ven desde hace muchos años caminando por las arenas durante los primeros temporales tras pasar el verano son los antiguos buscadores de oro.

Recuerdo al más reputado de todos ellos: «El Morralla». Cuando la resaca del mar dejaba, (ahora también) a fl0r de arena los objetos enterrados en ella, aquel hombre cejijunto, con una vista digna de admirar, localizaba sortijas, cadenas, medallas, todo los que fuera oro, plata o brillase.

En la actualidad, a aquel -que también con ganchos y un mirafondos casero, a bordo de un bote de remos limpiaba de chatarra los fondos marinos- le costaría trabajo encontrar algo de valor en las playas. A la legión de los modernos buscadores de oro con los detectores de metales en ristre, se añaden las máquinas limpiaplayas, que criban y orean las arenas casi diariamente.

P.D.: Tic -Tac. Tic- Tac. Tiempo psicológico. Si el equipo de tus amores va perdiendo los cinco minutos finales a la espera del empate o la victoria se pasan volando. Si por el contrario defiende una ventaja mínima, se te hacen eternos. ¿Qué tipo de estas dos angustias habrá movido a los del PP local que andan contando los segundos?