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Los últimos del Segura

Catral es el paradigma del pueblo perjudicado por el trasvase: tras siglos de derechos sobre el río, un campo seco tuvo que dejar paso a miles de casas ilegales

José Gómez, en plena huerta de Catral, a la cola de los derechos históricos de uso del Segura. TONY SEVILLA

Jubilado con más de 70 años, a José Gómez no hay hijo que le siga una tradición que heredó de su padre y este de su abuelo, pero cada día baja veinte minutos a ver sus tierras. Si no lo hace, le falta algo. Volviendo en el coche de ver la acequia por la cual llegan las aguas, el nivel que presentan y por dónde se marchan, camino de Santa Pola, repasa mentalmente todas las operaciones que de niño realizaba con el esparto y recuerda que el cansancio al terminar la jornada era tal que «por la noche no te picaban ni los mosquitos».

Por un camino asfaltado lleno de baches, las casas ilegales comparte espacio con las plantaciones de alfalfa, principalmente, que acabarán como pasto de animales en producciones de la provincia de Albacete, aunque también hay algo de alcachofa en invierno. «Aquí, si tuviéramos garantías, se plantaría de todo, habría melones o brócoli,...» dice con cierta tristeza un comunero que explica en el trasvase el origen de todos sus males y en la presa de Ojós, que se construyó entonces, el hecho de que esta huerta haya quedado a la cola del Segura cuando antes lo eran los de la Mancomunidad de Propietarios de Riegos de Levante, que ahora son parte de los del trasvase que toman el agua de allí cuando antes lo hacían en Guardamar. Y, cuanto más abajo en el río, ya se sabe, más problemas con la calidad y, especialmente, con la cantidad por mucho pacto que fije tandas de ocho cada 24 por un derecho consuetudinario que otorgó Alfonso X.

Casino de Orihuela

Catral, como tantos otros municipios de la Vega, formó parte de Orihuela y el poder de su huerta era tal que buena parte de las principales acequias de riego nacen en el corazón de la capital histórica de la Vega. Así, bajo el centenario Casino de la ciudad parten los ramales de Almoradí y Callosa, tal y como los diseñaron los árabes y a día de hoy continúan circulando por debajo de casas y calles. Y a este punto de la toma siguen acudiendo los comuneros para saber cuánto agua les da en realidad la Confederación para cumplir con su derecho. Se hacen fotos todos los días y desde los mismos ángulos para probar que, cuando dicen que no se les envía el agua que les corresponde, es cierto.

Los regantes saben que el trasvase es una máquina imparable y que a ellos sólo les queda por luchar por un derecho que cada dos por tres se vulnera. «Cuándo tenemos que recibir agua, ¿por qué llega menos?», se pregunta, y culpan a la Comisaría de Aguas, a su excesivo tecnicismo y a la política, «manda quien no entiende de esto. Quien antes te cogía el teléfono, incluso un domingo, ahora no quiere saber nada de ti». Gómez, sin citarlo, cree que en la actual situación, con menos recursos, los únicos que tienen asegurada el agua parece que sean los que no tienen derechos de usos del Segura; es decir, los regantes del trasvase. Pero de ellos, nadie se preocupa.

El regante recuerda que, cuándo la sequía se agudizó en los 90, muchos cerraron los ojos y vendieron tierras secas que nadie iba a heredar que se convirtieron en miniurbanizaciones ilegales. «La Administración lo sabía. Denunciabas el paso de camiones por los caminos, que lo destrozaban todo, y nadie quería saber nada». José Gómez asegura que Catral, con casi 1.200 comuneros con derechos, ha terminado por dar uso a sus azarbes (por donde retornan las aguas) como improvisados aliviaderos de muchos de estos chalés que nunca tendrán alcantarillado ni que depurarán, si no queda otra, en el propio río.

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