Todo y todos parecen estar tranquilos en un verano cuyas últimas bocanadas ya se perciben. A lo largo de este estío el turismo masivo de Torrevieja, el poseedor de una segunda residencia por estos lares, ha llegado este año con más telarañas de lo habitual en sus bolsillos -paradójicamente, dicen los hosteleros, fue mejor julio que agosto-. En contraste, el resto de quienes nos han visitado o lo harán el próximo mes sí han gastado y gastarán más dinero.Ocurre con las crisis económicas y las guerras: Los grandes perdedores son siempre quienes menos tienen mientras los poseedores de bienes los multiplican.

Afortunadamente a los veraneantes (antes llamados "huelgas") sólo se les ha notado su estado de ánimo o cabreo al volante del coche. Han desistido de armar marimorenas por algas en las playas o la limpieza pública. Con lo de las playas no hubieran tenido razón. El trabajo de quienes las limpian -desde hace muchos años- y sobre todo la ausencia de vientos duros de levante ha incrementado la sensación de limpieza, que no mimo. Y es que aunque nos sorprenda la mayoría de usuarios de nuestro litoral no considera rocas y algas como parte de lo más natural de una playa.

Respecto a las basuras el personal podría haber cortado más de una carretera general o -directamente- tomar por asalto al Ayuntamiento. Los alrededores del centro urbano y las urbanizaciones del término municipal se están convirtiendo cada vez a más velocidad en una especie de gigantesca alfombra, pringosa y llena de "roña", bajo la que se acumulan todos los desperdicios.

Decididamente sí existen ciudadanos de primera y segúnda categoría en Torrevieja. Lo pone de manifiesto el pliego de condiciones del prorrogado y hasta ahora no resuelto contrato del servicio ¿integral? de limpieza viaria al no contemplar el riego de las calles situadas al norte de la avenida de Diego Ramírez, -la calle del pozo, para más señas- que abarca más de la mitad del casco urbano, sin incluir el centenar de urbanizaciones del término municipal.

Mientras el despliegue de medios humanos y materiales en los paseos marítimos a primera hora es espectacular y las macetas colgadas en las farolas de calles peatonales y la glorieta se riegan, una a una, a golpe de escalera, regadera y pulso.

Además esa desagradable sensación de pringue y abandono se ha acentuado este año donde apenas han caído cuatro gotas -sólo había que echar un vistazo a lo que arrastraba la rambla Juan Mateo el único día que ha llovido en cuatro meses-. Va uno andando por aceras o calzadas y los pies, en ocasiones se quedan pegados donde pisas. No es exageración.

Sálvese quien pueda

En este caluroso y bochornoso estío el pentapartido que gobierna en el Ayuntamiento está poniendo su voluntad, sus afanes, en abordar las cuestiones más perentorias del municipiom y trazar -redondeando los cinco partidos que lo conforman Los Verdes, APTCe, IU, PSOE, Sueña Torrevieja, e IU- su hoja de ruta de cara al otoño.

Por su parte, la oposición mayoritaria del PP aún no ha asumido que perdió 2.680 votos y con ellos las elecciones municipales y sigue creyendo que continua mandando. En mi opinión, como no supieron mandar ahora en el papel de opositores son un desastre al grito de sálvese quien pueda. Eso sí, esperan con ansiedad, con frenesí, la llegada del mes de enero para ver si los Reyes Magos les devuelve la Alcaldía. Puede ser que sí, puede ser que no, pero lo seguro es que la vara de mando no volverá a recaer en Eduardo Dolón, quien anda anunciando su inminente regreso al volver de cada esquina.

Sobre Ciudadanos árbitro (por ahora) de la situación su cabeza visible la edil Pilar Gómez cuida con mimo y esmero tanto al equipo de gobierno como a los del bando perdedor, mientras mira los barcos venir y los ve pasar buscando en cual de ellos se embarcará para llegar a la Alcaldía. De Paqui Parra, la otra concejala naranja en el banco del salón de plenos, poco se sabe, aunque da la impresión de estar siendo objeto de un mosqueante ninguneo.

Y mientras tanto juegos florales entre las gentes de aquí, las y los autodenominados patas negras por haber nacido en Torrevieja. Ahora andan a la greña y se ponen muy serios pues según su amplitud de miras el Alcalde J. M.Dolón debería prohibir el fondeo del crucero previsto para septiembre frente a puerto torrevejense. Resulta que a los seiscientos cruceristas y pico el Ayuntamiento no les ha preparado nada para poder visitar el comercio y la hostelería local. Los más acendrados localismos desaparecen viajando. No hace falta ir muy lejos.

, me enteré de la caída y muerte de la centenaria palmera datilera cuya amplia copa y parte de su tronco se desplomó ocupando media terraza de la casa de la calle de R.Gallud de Torrevieja número siete .

Rebobiné el recuerdo y vino a mi memoria aquellos años de mi niñez, juventud y madurez a la sombra de esta altiva palmera, la cual según recuerdos familiares, ha permanecido erguida ciento quince años.

Rememoro que cuando aún gateaba, o mejor dicho me movía arrastrándome, llegaba anualmente un palmerero desde el entonces lejano palmeral de Ferris. El hombre, regordete con un largo y ancho cinturón de esparto y un machete se encaramitaba a lo mas alto de la copa y la machiembreaba para fecundarla. Cuando lo dátiles estaban en sazón volvía aquel personaje recogía la cosecha dejando la mitad para los dueños de la casa.

En aquel tramo de calle, orientado al mediodía, vivieron y murieron mis tias María, y Concepción, Salvador Costa quien vino de las salinas de Ibiza a trabajar en las de Torrevieja, Pepe El Rampaina, Gore el Sastre... y todas las viviendas ecepto una de ella, eran de planta baja. Escribo sobre aquella ciudad y mis cercanos vecinos en los años cincuenta del pasado siglo.

En aquel tiempo la palmera campeaba por encima de los tejados y hasta entrados los años setenta cuando construí sobre la vieja casa un piso donde viví los primeros años de mi matrimonio divisaba desde la misma terraza, que ha acogido circunstancialmente la palmera yerta, la laguna salinera, la dársena portuaria con Cabo Palos al fondo y por levante en la lejanía, al final de la calle un tramo azul del mar.

En los últimos tiempos la palmera ha resistido como el último reducto, como incensario inutil,a la vorágine urbanística de esta ciudad, pues todo el resto de viviendas que componen la manzana donde estaba ubicada se han convertido, al igual que las del entorno, en edificios de cuatro pisos y ático.

La palmera había quedado pues enclavada en un entre mi patio de luces y el del edificio contiguo. Sin vistas al mar y sin necesidad de cimbrearse para sortear las estropás de viento de levante o las duras rachas de los airados maestrales, ni tampoco recibir la suave caricia de las brisas de los leveches.

Hace dos o tres años, como he venido haciéndolo durante las tres últimas décadas, contraté un palmerero de Elche para que me la podara y vacunara contra el picudo. El profesional me dijo que el ejemplar se encontraba muy sano y para demostrármelo el hombre, equipado a semejanza de un astronauta comenzó ha hacer piruetas en torno a la copa. El técnico que hizó de forense a la hora de descamochar la palmera certificó su defunción por vejez. Yo creo que al quedar encajonada, ha preferido morirse lentamente de tristeza. Ha muerto como los árboles, en silencio y de pié. Al igual que los elegidos.