¡Buenas!. Gracias, muchas gracias, por aguantarme una semana más, sobre todo porque no me podéis seguir como cada martes, en papel -¡espero que sea transitorio!-, sino que tenéis que conectaros a algo tan diabólico e impersonal como internet y escudriñar en la web del diario, que es el vuestro, ¡faltaría más!, para leer una sarta de chorradas -según algunos-, aunque yo me lo paso bien y vosotros también, siempre y cuando sea cierto lo que me contáis cuando me paráis en la calle. Por eso, gracias, muchas gracias, porque, con esta ya son 162 tribunas de opinión -¡que no de información, Bascu!-, o lo que es lo mismo, 162 semanas, ni una más ni una menos -¡joder, casi tres años y medio!-, recordándoos que, aunque caigan chuzos de punta, los martes en Orihuela, son martes.

Y después de este peloteo tan descarao, aunque nunca está de más agradecer al personal que tenga tanto aguante conmigo, entraré en materia. ¡Venga; al toro, que es una mona!. No hace mucho fui a casa de mi hermano Manolo en Campoamor y, para evitar las colas de coches que se montan entre Mar Azul y, por ejemplo, San Pedro del Pinatar -¡María, coge al perro y dile a los críos y a tu madre que se estén quietos, que a mí no me hacen caso!- eché por la «pinada» que hay entre San Miguel de Salinas y Las Mil Palmeras, pasando por la Ciudad de las Telecomunicaciones, Las Colinas, un club de golf y la casa del ex político y literato Ramón de Campoamor. Lo aseguro con todo el dolor de corazón, ¡se me cayeron los huevos al suelo!. Y todo porque me acordé que hace un tiempo, en una de mis tribunas, hablé del escarabajo cabrón que se ha cargao los pinos de la sierra de la Muela. ¡Me cago en el escarabajo y en la madre que lo parió!.

Entonces, el que mandaba en materia de Medio Ambiente en la Casona de la Esquina del Pavo, era Manolico Gallud y recuerdo que le tiré de los pabellones auditivos -o sea, orejas- porque estaba dejando que, literalmente, se muriesen los árboles, aunque el verderol salió a la palestra y en los papeles aseguró que la responsabilidad era del gobierno autonómico. Y lo que jode es que tenía razón, porque la sierra que tiene la cruz en «to» lo alto es propiedad de la Generalitat. ¡Por ahí se escapó el galeno especialista en lo que más le gusta a la Pantoja, los dientes!. Pero no es menos cierto que tanto él como su jefe Guillén -¡coño, otra vez Guillén!- o cualquiera otro de los integrantes del desgobierno que «mandaba» antes -¡es un decir!- podía haber hecho algo más para que los indefensos pinos siguieran en el mundo de los vivos y no se convirtieran en lo que son, un ejército de fantasmas -están blancos- y que, con las temperaturas que sufrimos, suponen una amenaza constante por el alto riesgo de incendio que hay.

Yendo de camino a Campoamor, acompañado por Sergio, hijo de Paco el Mayorajo, para ver lo que se podía hacer con el jardín de mi hermano -que, según él, está hecho un desastre, aunque a mí me gusta- hablamos de esa impresionante masa forestal que es la pinada. Pero, al tiempo, le comenté que esos pinos corren el mismo peligro que los de las sierras de la Muela, Redován, Callosa de Segura, Guardamar o los de otras tantas localidades de la comarca. Y, tras una curva, ¡zas; el puto escarabajo ya había dao cuenta de algún que otro árbol!. Y me vino a la cabeza una copla de la Banda del Capitán Canalla, esos valencianos que, en su día, fundaron uno de los grupos más gamberros e irreverentes del panorama musical español, Los Inhumanos. La canción se llama «Bicho malo pillé» y eso es lo que les pasa a nuestros pinos, que han pillao un bicho malo ante la pasividad de nuestros desgobernantes. Antes, en Valencia mandaba -por decir algo- el PP -mosén Fabra- y en Oleza un bipartido formado por verderoles y sosiatas, «monserratistas» y «carolinianos o morenistas»; resultado: ni un duro para los paisanos de Miguel Hernández. Ahora en la capital del antiguo reino son los sosiatas, Ximet Puig, apoyados por los rojeras de Mónica Oltra, los que parten el bacalao, mientras que en nuestra Gran Ciudad los gavioteros han recuperado el despachito del Palacete del Marquesado de Arneva, con los ciudadanos de López-Bas mirando para otro lado, ¿verdad Emil?, con lo que el resultado va a ser el mismo: ni un duro.

Y todo esto se me ocurrió por ir a ver lo que se podía hacer con el jardín de mi hermano. Los del Capitán Canalla lo tienen claro: nuestros pinos «bicho malo han pillao» y los putos escarabajos tienen comida asegurada durante unos años en esa pinada, siempre que no se haga algo, por ejemplo ¡echar unos polvos!. ¡Ale, Miguel Angel, a ganarse el sueldo!.