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Una experiencia que a muchos les marca... más de la cuenta

Algunos británicos se tatúan el nombre de Benidorm como recuerdo de su fin de semana festivo en la capital del turismo

Lewis Powell luciendo el tatuaje que se acaba de hacer dedicado a Benidorm. David Revenga

«I love Benidorm», Benidorm con un par de palmeritas al lado, «Benidorm 2014»... Son algunas de las opciones que buscan muchos británicos para hacerse un tatuaje dedicado a la capital del turismo. Sobre todo en ocasiones tan locas, y tan basadas en el «carpe diem», como una despedida de soltero. «El lugar preferido para ponerse el "I love Benidorm" es el culo», destaca como curiosidad Alex Young, que trabaja como tatuador en Monster Ink, negocio situado frente al Tiki Beach.

Young señala que en verano tatúa el nombre de Benidorm una media de cinco veces a la semana. «Sobre todo a chicos. Allí, en Inglaterra, lo de hacerse tatuajes es más típico que aquí. A los hombres les gusta ponerse cualquier tontería. Te puede venir un grupo entero y pedirte que les dibujes un bigote en el dedo, para hacer la broma. No se lo piensan tanto como los españoles. Las chicas son más coquetas. Si optan por tatuarse el nombre de la ciudad, lo hacen con un cóctel al lado, que es un símbolo sofisticado que ellas suelen pedir mucho. Los chicos a lo mejor están en el Tiki Beach bebiendo, les da el punto y vienen en tropa a llevarse este souvenir en la piel de la ciudad». No acaba de explicarse Alex Young cuando irrumpen en su tienda el joven Lewis Powell con un colega, cerveza en mano, con ganas de decorar su cuádriceps con el nombre Benidorm. «Hasta ahora sólo tenía dibujada una B. Mientras bebía en el Tiki he pensado, y por qué no poder completarlo y poner Benidorm... Las cosas no hay que pensarlas, hay que hacerlas», indica antes de entrar en faena.

Lewis y su compañero van un poco borrachos pero el tatuador ya está acostumbrado. Sin seguirles mucho el rollo y con mano izquierda, se los mete en el bolsillo. Cuando Powell vuelve al Tiki le quita el protagonismo a un amigo que divierte al personal luciendo un tanga y un sujetador. Al enseñar su nueva marca de guerra se convierte en un héroe. Lo aclaman. La fiesta en la terraza de este local no cesa a pesar de la lluvia. Suena música tradicional inglesa y algunos cincuentones se ponen a cantar levantando sus jarras. Adele Harwin ya lleva puesto el segundo disfraz de su despedida, a la que se ha apuntado hasta su madre. Se les ve felices, en armonía, y los españoles que pasamos por ahí deseamos, aunque sea por unas horas, ser tan «guiris» como ellos.

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