Un aire festivo se respiraba en la mañana de ayer en el pequeño tramo de la calle Blasco Ibáñez que se sitúa entre la colonia San Esteban (los populares «pisos del fútbol» para los torrevejenses), y la calle Zoa. No faltaron los cohetes, las tracas y la celebración, comida incluida, de varios grupos de amigos y vecinos en torno a la onomástica del día, San Ramón Nonato.

No es que sea santo patrón de ningún barrio, ni que su devoción haya sido especialmente practicada en alguna parroquia, pero la figura de este religioso mercedario se ha convertido en la imagen del sentir de muchos torrevejenses que tienen en el 31 de agosto el referente del final del verano. Eso es lo que celebraban ayer estos vecinos con profusión de pólvora y alegría festera. El final del verano que, dicho sea de paso, supone también el final del veraneo para miles de residentes que tienen en Torrevieja su lugar de vacaciones y la llegada de algo de tranquilidad a las calles del centro de la ciudad. Y quisieron celebrarlo -sin esconderse- y al margen de polémicas.

Con todos los permisos del Ayuntamiento en regla -manipulador de pólvora, corte de calle y demás- y ganas de pasarlo bien, poco antes del mediodía comenzaban a tirar cohetes estos «devotos» del santo. Como en un día grande. Y aunque el evento había sido organizado por la iniciativa privada de un grupo de amigos y vecinos que este año decidieron montarse «una fiestesica» por su cuenta, la mayoría de los torrevejenses «autóctonos» sabía de su relación con San Ramón. Un sentir que se ha ido afianzando en los últimos años de manera espontánea a pie de calle. Con naturalidad, con insistencia y con más o menos discreción. La polémica nunca había saltado a lo público hasta estos días, tras conocerse los comentarios despectivos en sus cuentas privadas de dos asesores con sueldo público de Orihuela y Torrevieja sobre el turismo nacional que recibe esta zona.

Claro que no todos los vecinos se unieron al festejo. No faltaron las protestas, los insultos y las llamadas a la policía municipal de quienes vieron interrumpido su descanso dominical y que agotaban sus últimas hora -algunos también agotaban sus últimas horas de veraneo- con las tracas y el jolgorio de los celebrantes, que ya enseñaban agitando con la mano los permisos pertinentes antes de que los municipales bajaran del coche patrulla. Acordaron que la celebración se hiciera menos ruidosa tras la visita de la autoridad. Pero quedó algo de pólvora sin quemar, y los «cofrades» de San Ramón lo tienen claro: «Al año que viene, más».