En la década de los 50, llegaron a España nuevos materiales para fabricar hilos, cuerdas y redes. Callosa de Segura era entonces el epicentro de esta industria que hasta el momento se había realizado con las manufacturas del cáñamo. Estas nuevas fibras sintéticas dejaron a la población de Callosa de Segura desamparada, ya que vivían de estos trabajos en su inmensa mayoría. De hecho, en toda la comarca de la Vega Baja se trabajaba el cáñamo. En Redován, Almoradí o Beniel había plantaciones, pero el material solo se trataba en Callosa, por eso el municipio llegó a ser reconocido a nivel nacional como «la capital del cáñamo». Llegó la década de los 60 y muchos callosinos se vieron obligados a emigrar a otros países, especialmente Francia y Suiza. Como reconocimiento a todas esas personas que un día dejaron su pueblo para buscarse la vida fuera, el día 14 de agosto fue proclamado «Día del callosino ausente». Y para celebrarlo, todos los años se les recuerda en una demostración en la que queda patente que más que un trabajo, era y es un arte.

Ayer tuvo lugar en el patio del colegio Primo de Rivera de Callosa la XXVIII Demostración Nacional de los trabajos del cáñamo. La expectación fue máxima tanto de vecinos como visitantes que vieron cómo los voluntarios de la Escuela de Trabajos del Cáñamo realizaban la artesanía. El primer paso en la demostración fue el «agramado». Esta etapa del tratamiento está incluida en la «fase agrícola» y consiste en separar la fibra con una herramienta llamada «gramaera» y formada por un tronco de morera vaciado en forma de «v» sobre el que hay un tronco de olivo con una cuchilla para quebrar las varillas. La siguiente etapa es la conocida como espadado, perteneciente a la «fase industrial» y en la que se golpea con una pala de madera la fibra agramada anteriormente y que ahora se pasa al rastrillador.

Según explicó ayer durante la demostración el director del Museo del cáñamo, Roque Albert, en la época de mayor esplendor del cáñamo, «el rastrillador era el trabajador que más dinero ganaba». Su función era peinarlo con un rastrillo y, normalmente, lo hacían en recintos cerrados. Estas condiciones de trabajo, llegaron a perjudicar la salud porque inhalaban el polvo del cáñamo y derivaron en «una enfermedad desconocida entonces y conocida ahora como cannabosis», explicó. Otros trabajos mostrados ayer fueron el trenzado de soga, el urdido y cosido de suelas y la confección de zapatillas y de redes, además del importante trabajo del hilado.

En otra época, una familia entera de Callosa se podía dedicar a esta industria, incluidas mujeres y los niños. Ayer, estos eran meros espectadores que admiraban la labor de sus abuelos que, desde que eran tan pequeños como ellos se han dedicado a la misma función. Hoy, gracias a su adaptación a los nuevos materiales y tecnologías, Callosa vuelve a ser el primer productor mundial de redes e hilos, sin desestimar el trabajo de aquellos artesanos que siempre tendrán un hueco en su historia.