El último cuatrienio municipal torrevejense pone el punto y final a la era de gobierno unipersonal de Pedro Hernández Mateo. Un nombre y un estilo de gestión que durante los últimos 22 años han moldeado las virtudes y los defectos de lo que hoy es Torrevieja y culminado la difícil metamorfosis de un pueblo convertido en ciudad de la mano del turismo residencial y la construcción. Su última gestión, condicionada por los tiempos de crisis, ha sabido mantenerse en una línea continuista dentro de las posibilidades de una hacienda municipal que paradójicamente se ha podido mantener en el nivel de recaudación por el Impuesto de Bienes Inmuebles. Y todo gracias al denostado modelo de construcción y ocupación del territorio en horizontal alimentado precisamente por la gestión local, que en las vacas flacas les ha dejado la renta de 220.000 plazas de apartamentos que no es necesario habitar para que cumplan con el requisito de pago. En euros, más de 35 millones que han servido como colchón para no caer en bancarrota, manejar un presupuesto anual de 90 millones, y pagar a los trabajadores de una de las empresas más importantes de la ciudad, el Ayuntamiento. Cosa que junto al alivio de los planes anticrisis y su lluvia de adjudicaciones, primero del Gobierno y después de la Generalitat, ha permitido, pese a la abultada deuda, el sostén financiero y tener más de ese peculiar estilo de manejar lo público del popular alcalde Pedro. Más de proyectos espectáculo de impacto. Más de grandes obras. Como el Auditorio Internacional, una idea de la Sociedad Proyectos Temáticos que ha costado 40 millones de euros. O el segundo museo de la Semana Santa, 6 millones más. Sin duda "hitos para la historia", como gusta de calificarlos la propaganda municipal, pero a los que, sin embargo, habrá que buscar mantenimiento económico y utilidad. Dos de las últimas apuestas de Hernández Mateo para incluir en su amplio legado de edificios públicos de una ciudad que su alcalde siempre ha querido grande, cuando no excesiva, pero que dejan en el limbo proyectos de infraestructuras básicas como la educación. Un contraste apreciable a simple vista desde ese espectacular auditorio con detalles de lujo de emirato árabe, a cuyo fondo, junto a la laguna, todavía se distinguen dos de los colegios que siguen funcionando en barracones. Son los contrastes que produce en la práctica esa política de lo grande que relega lo básico, lo cotidiano, en aras de la espectacularidad urbana que se muestra en folletos retocados con photoshop. Son varias las urbanizaciones que todavía quedan anegadas cada vez que cae un chaparrón, pero continúa la apetitosa dotación del Premio de Novela Ciudad de Torrevieja.

Excelente servidor al PP de Camps, entre la larga lista del legado que deja Pedro Hernández hay perlas como el Hospital de Torrevieja Salud, puntal de la gestión privada de la sanidad pública que bien rentabilizara ya en su victoria electoral de 2007 y ahora de capa caída, y donde Microsoft pondrá en marcha, un día de estos, su centro mundial de innovación sanitaria.

En papel mojado ha quedado sin embargo el proyecto que pretendía privatizar el relleno del puerto, donde por cierto continúa amarrado sin navegar el velero Pascual Flores, uno de los emblemas de la política más localista de Hernández Mateo, al que hay que reconocer su habilidad para vender gestión al público, a sus vecinos. A Pedro, y no otra cosa, vienen votando los torrevejenses desde 1991, y entre ellos se encuentra el alcalde como pez en el agua vendiendo su gestión, reconocida y premiada por una parte de los torrevejenses cada 4 años. Indiscutible el funcionamiento de algunos servicios como el de limpieza de playas o el de conservación y creación de nuevos parques y jardines, confiado, sin embargo, al mismo grupo de empresas que se ha adjudicado buena parte del pastel de servicios y obras en los últimos años. O la creación de una completa Ciudad Deportiva que se permite la pequeña extravagancia para estos lares de contar con un estadio de rugby de 2 millones de euros. El Ayuntamiento de La Mata o la peatonalización con más o menos fortuna de algunas calles del centro, también hay que ponerlos en el haber de un alcalde al que hay que sumar la eficacia del concejal de Hacienda, Joaquín Albaladejo, primo inter pares en el último equipo de Hernández Mateo.

Pendientes le quedan asuntos como el Museo del Mar y de la Sal, todo un clásico ya en los programas electorales del PP torrevejense, o esa enigmática concesión municipal en el Mercado de Abastos que mantiene el edificio semivacío. Por no hablar de la sempiterna revisión del Plan General, fechado en los 80, para el que siempre hay excusa: antes, porque se construía mucho; y ahora, porque se construye muy poco y en cuyas cien modificaciones puntuales se han cobijando grandes negocios urbanísticos. Y queda también como asignatura pendiente de su legado los cimientos para un desarrollo hotelero que sólo ante el desembarco de Microsoft se ha visto como necesidad en la que es la quinta ciudad de la Comunidad.

Para bien o para mal ha sido la era de Pedro Hernández Mateo, antes de su cómodo retiro político bajo el paraguas de un escaño en Valencia. Con más de cien mil vecinos y tropecientas nacionalidades, juega ahora en su discurso oficial con el multiculturalismo y la integración como cura de la melancolía de esos otros torrevejenses con denominación de origen, que se recrean en imágenes en blanco y negro, dicen las malas lenguas, que para sobrellevar la Torrevieja de hoy. Un singular modelo de integración que no puede detener los efectos del paro -diez mil en una ciudad en la que sólo están dados de alta en la Seguridad Social 25.000-, ni la escasa vertebración del casco urbano con las más de cien"urbas" o la mínima representatividad de extranjeros en la política local.

De la visión de Torrevieja como ciudad de ocio se ha encargado la gestión encabezada desde la Concejalía de Cultura y Festejos por Eduardo Dolón, máximo exponente con su nombramiento para suceder a Hernández de una nueva generación de gestores para el PP que bien podría denominarse "generación Nocilla". Celebraciones para todos los gustos durante todo el año. Simplicidad y efectismo en una programación que ha de atender a la gran variedad de colectivos sociales del municipio, combinándolos con eventos de mayor calado y calidad a los que nos ha venido acostumbrando. Como handicap, mantener y cubrir con programación la variada oferta de inmuebles culturales con la que se ha dotado la ciudad. Que gran parte de la popularidad de Dolón le viene de su paso por Cultura no es secreto para nadie.

La crisis, y aquí también se da otra paradoja, ha permitido rebajar la presión del aluvión de inmigración al que se vio sometida la ciudad y eso ha permitido tener algo de margen en algunos departamentos municipales, como la Seguridad Ciudadana. El alcalde intentó pacificar las filas de su Policía Local con la designación de Mínguez Parodi, aunque su demostrada sensatez en el cargo no ha logrado resolver los conflictos. La ineficacia y falta de reflejos del Gobierno central ayudaron a Hernández a abrir batallas que tenía ganadas de antemano en la opinión pública, como la reivindicación de la Comisaría que en realidad no quiere, o la construcción de la desalinizadora, que ha dejado 297 millones de euros de inversión en la ciudad pero que ha pasado totalmente desapercibida.

Ha sido el mandato de la continuidad en las pequeñas cosas que marcan la gestión del "pedrismo". Lo de todos para uno y uno para todos nunca ha tenido más sentido práctico en un municipio donde el sistema de favores y fidelidades debidas, apoyadas muchas veces más en el miedo que en el respeto y la confianza, ha funcionado hasta el último momento. Si le dan el relevo con éxito será el éxito de un Pedro Hernández cansado, eso sí, del lastre de una imputación judicial que arrastra desde 2005 y que erosionó el halo beatífico y paternal del que gozaba ampliamente. Cansado también de lidiar a diario en su acera con los peores problemas que puede generar, al mismo tiempo, un pueblo pequeño y una ciudad grande. Si Eduardo Dolón no consigue hacerse con la Alcaldía, algo improbable según las encuestas pero no imposible, podrá felicitarse con orgullo y decir que nadie le sobrevive.