Carlos Martínez es miembro de la Asociación de Escoltas Españoles (ASES) y su experiencia supera los tres años. Las tareas de un escolta que se centra en casos de violencia de género, como es el suyo, van enfocadas no sólo a proteger la integridad física de las mujeres que están amenazadas porque termina convirtiéndose en una persona de confianza de la víctima.

Los escoltas tienen su razón de ser sólo en aquellos casos en los que el agresor tiene facilidad para infringir los autos de alejamiento que los jueces acuerdan para, precisamente, evitar que se produzcan estas situaciones. Con el hecho de que un escolta acompañe a una maltratada no se busca directamente su protección, sino que sirva como disuasión para el agresor y, de este modo, evitar un conflicto por su sola presencia.

Los escoltas que se dedican a esta actividad, explicó ayer Carlos Martínez, requieren de una preparación especial para conocer los diferentes perfiles psicológicos del maltratador, así como los síntomas que puede padecer la víctima y actuar con la mejor eficacia. Posibles trastornos mentales o manías persecutorias son comunes en este tipo de casos y su conocimiento ayuda a mediar en los posibles conflictos, estableciendo las pautas de actuación, explica el profesional.

Ventaja

El ponente recordó que nunca se puede uno olvidar que el maltratador cuenta con una ventaja sobre cualquier escolta porque conoce perfectamente las rutinas de su víctima y, además, muchas veces ésta ni tan siquiera suele adoptar medidas de precaución. El profesional explica que detrás de la mayoría de maltratadores hay personas con problemas sociales y psicológicos que le generan violencia y que, de hecho, en algunas ocasiones terminan atentando contra su propia vida.

Por todo ello, los escoltas tienen que estudiar las circunstancias personales y psicológicas que envuelven a la víctima para ayudarla y evitar situaciones que le produzcan estrés. Ésto se logra, por ejemplo, evitando lugares que les traigan malos recuerdos. Martínez admite que muchas víctimas han terminado por sufrir situaciones de estrés, no sólo por el hecho de vivir acosadas por un maltratador que les acosa, sino por la hipervigilancia a la que ven sometidas. En ocasiones, añade, sufren ataques de ira.

El experto también explica que, dependiendo del perfil de la maltratada, la reacción ante la necesidad de un escolta suele ser muy distinta. En algunos casos sólo sirven para aumentar es nivel de estrés y de ansiedad por lo que acaba en el abandono de la medida de seguridad; en cambio, en otras ocasiones se genera un vínculo de dependencia que provoca a la larga una inseguridad porque las víctimas son incapaces de desenvolverse si su presencia.

Según Carlos Martínez, la opción ideal pasa por una amplia formación psicológica del escolta que le permita una relación de empatía con la víctima para alcanzar una situación de máxima confianza. Ayer explicó en las jornadas que ese es el momento oportuno para que se tomen en consideración los consejos de seguridad que, en gran parte, pasarán por la incorporación a la rutina diaria de medidas de autoprotección.