Celebraban ayer las gentes de la mar de Torrevieja la festividad de su patrona, y lo hicieron a lo grande. Como solo ellos saben hacerlo. Últimos herederos de una antigua estirpe que supo forjar con la pesca y la navegación su tradición y su fortuna.Madrugaba la diana y paseaba por la ciudad su música de día de fiesta. Por el barrio de pescadores, por la plaza de abastos donde la venta del pescado fresco es todavía un referente de calidad, por las calles que desembocan en el puerto. Al mediodía le tocaba el turno a la cucaña y a sus habituales de siempre, como el Pollo, veterano ya de los chapuzones con grasa en los pies. Vendría después el vino de honor que organiza la Cofradía de Pescadores torrevejense para autoridades, armadores y afiliados. Comida de hermandad donde entre discursos y habaneras se enlaza con la celebración de la Eucaristía en la Parroquia de la Inmaculada pasadas las siete de la tarde. Y a la puerta del templo, como todos los años desde que se tiene memoria en este pueblo que lo fue de navegantes, dieron rienda suelta los pescadores a esa devoción traducida en los vivas que regalan a la Patrona del mar durante el largo recorrido que la traslada hasta el puerto. Cuajado el trono de flores blancas y de hombres que prestan sus hombros para acercar la imagen a los barcos.

En la bahía

Cientos de personas para verla a la salida del templo. Miles ya cuando enfila el pesado trono la recta del Paseo Vista Alegre. En esta ocasión el turno de embarcar a la Virgen corría a favor del Rosa María Juárez, pesquero de cerco cuyo armador y patrón, Manuel Juárez El Tabardo, pertenece a una de las familias de mayor tradición pesquera de la ciudad. En otras ocasiones la ha paseado en su barco, pero el orgullo de adornarlo con banderas para la procesión marítima no tiene precio. Como tampoco lo tiene la caída de la tarde enredada entre los palos de las embarcaciones de recreo que colmatan el ya constreñido espacio de la bahía. Hubo Salve Marinera al desembarcarla, multitudinaria y sentida sobre todo por los torrevejenses, que conservan referencias de su propia identidad en esos versos.

Los fuegos artificiales dieron la orden de devolverla al templo parroquial. Y allí la volvieron a llevar los pescadores, entre vivas, como la habían sacado.