Hay cierta tendencia popular a pensar que en el pasado nevaba más que ahora y que el progresivo calentamiento por el cambio climático hace que cada vez sea más difícil ver caer copos, más en un territorio a priori poco dado a este fenómeno como la provincia de Alicante. Sin embargo, los datos recogidos a lo largo de las últimas décadas apuntan a una tendencia bien diferente: nieva más que antes, pero en episodios más alejados entre sí en el tiempo, no siempre en las fechas que se presuponen más típicas y, sobre todo, con más fuerza. Los patrones meteorológicos tradicionales se alteran y la mayor presencia de situaciones extremas hace también que nieve de forma más torrencial.

El Trabajo de Fin de Grado (TFG) con el que el alicantino Pablo Mirete ha culminado sus estudios de Geografía y Ordenación del Territorio en la Universidad de Alicante (UA) pone cifras a esta cuestión, basándose en datos recogidos en una estación meteorológica ubicada en Penàguila, en la comarca de l'Alcoià. En lo que va del siglo XXI se han producido 49 nevadas de importancia, frente a las 23 que se registraron en las dos últimas décadas de la anterior centuria. Además, las más fuertes son también de las más recientes: la de diciembre de 2009, con espesores de 55 centímetros, y la de enero del año que ahora termina, con medio metro de nieve en los cascos urbanos de varios municipios de l'Alcoià y el Comtat y hasta 1 metro en las cotas más altas.

Mirete explica que, como a muchos otros alicantinos del litoral, «siempre me llamaron más la atención el frío y la nieve», por ser fenómenos poco habituales en esa zona pero más fáciles de ver a muy pocos kilómetros de distancia, gracias al contraste de altitud y clima entre la costa y el interior de la provincia. Gracias a su profesor Enrique Moltó, miembro del Laboratorio de Climatología de la UA, conoció a Ángel Vañó, un vecino de Penàguila que cuenta con una estación meteorológica en su casa, a 985 metros de altitud en la sierra de Aitana, y que lleva anotando desde 1977 de manera ininterrumpida «si nieva, si cuaja, qué cantidad cae y qué espesor tiene». En esos datos basa su trabajo.

El joven geógrafo señala que «Alicante no se suele tener en cuenta por las nevadas», más por asociar el territorio a «la estampa de sol y playa». Asimismo, la presencia del mar y unas altitudes «relativamente modestas», con cimas de apenas 1.500 metros de altitud como mucho, actúan como grandes condicionantes. Sin embargo, destaca, «no hay muchos días de nevada pero sí con gran intensidad» y «en 24 horas puede acumularse un espesor de un metro» gracias a la «torrencialidad».

La situación es típica del clima mediterráneo y se da también en otras zonas como Mallorca, Castellón, Murcia o el norte de Almería. Se asocia a los temporales de levante, al igual que ocurre con la lluvia, y esa característica también hace que el fenómeno sea más intenso y que «la nevada a veces venga aparato eléctrico, algo muy difícil de observar en otras zonas de España». Esto se dio precisamente en el último episodio hasta la fecha, en enero de 2017.

El cambio climático ha alterado el calendario tradicional de precipitaciones, de forma que los inviernos suelen ser ahora más lluviosos. Al hacer más frío, se dan más condiciones para que la precipitación sea en forma de nieve, algo que aunque genera problemas en el momento de producirse es muy beneficioso a medio plazo, por la filtración del agua en la tierra. De hecho, Mirete hace hincapié en que «gracias a las nevadas de enero de 2017 siguen manando muchas fuentes en toda la provincia y en el interior no hay problemas de sequía». El paso del tiempo dirá si esta tendencia a que nieve más y más fuerte se consolida o se queda como un ciclo puntual aunque de larga duración.