En la Unidad de Conductas Adictivas donde trabajo, estamos acostumbrados a tratar con adolescentes que la primera vez que vienen, lo hacen de manera obligada por: los padres, Servicios Sociales o la Justicia. No solo no quieren estar allí, sino que tampoco están dispuestos a escuchar y mucho menos a volver.

Nuestro trabajo en esta primera cita consiste en darle la vuelta a toda esa negatividad que estos chicos llevan impresa, y lograr que ellos decidan volver voluntariamente, objetivo que se cumple en más del 90% de los casos.

Gracias a la invitación de Cruz Roja Juventud para impartir un taller de Tecnologías en el albergue de Biar un domingo por la mañana, conocí a los otros adolescentes.

Aquí me encontré con los mismos chicos y chicas con los que solemos trabajar pero cargados de positivismo.

Al taller asistieron unos 40 jóvenes de diferentes lugares geográficos de la provincia, con edades de 16 a 30 años.

Aunque sabemos que los adolescentes, a primera hora de la mañana no están precisamente despiertos, pues se mueven y hablan como si estuvieran todavía en pijama, conseguir su atención a esas horas es un logro olímpico, como muy bien saben los maestros y profesores que todos los días se enfrentan a este ejército de somnolientos.

A los pocos minutos de empezar a trabajar, me di cuenta que eran «especiales». Se despidieron de lagañas y bostezos y empezaron a solicitar intervenir en todos y cada uno de los temas que íbamos tratando.

Eran especiales porque ninguno alzó el volumen para demostrar que tenía más razón que los demás.

Eran especiales porque ninguno «machacaba» la opinión de otro, daban la suya que podía estar en total desacuerdo con la anterior.

Eran especiales porque participaban, sonreían, bromeaban de buen rollo, en pocas palabras disfrutaban aprendiendo y sobre todo compartiendo.

Al final tuve que poner hora de finalización, pues llevábamos ya varias horas y ellos lejos de cansarse cada vez estaban más sueltos y animados a intervenir con sus experiencias y opiniones.

La verdad es que me despedí emocionado y tras hacernos unas fotos de campamento comprobé que estos otros adolescentes son especiales, pues están dispuestos a sacrificar sus fines de semana, para compartir y aprender a ser más útiles a los demás, de forma totalmente desinteresada, con la mano tendida y una sonrisa.

Mi agradecimiento por esta lección de vida.