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Tribuna

Antibióticos en la infancia

Los antibióticos son unos medicamentos que son muy útiles en el tratamiento de determinadas infecciones, y que están orientados a eliminar o inhibir el crecimiento y reproducción de las bacterias causantes de esa infección.

El primer registro científico de actividad antibiótica fue realizado por Pasteur en 1877; pero fue Fleming en 1928, quien descubrió el primer antibiótico: la penicilina. De hecho la aparición de los antibióticos, junto con las medidas de salud e higiene, supone uno de los hitos más importantes para controlar la mortalidad en el siglo XX.

¿Sirven para tratar cualquier infección?

No, en absoluto. Existen distintos tipos de gérmenes, muchos de los cuales no son sensibles a estos medicamentos. Por ejemplo, no están indicados en las infecciones producidas por virus (catarros, gripe, varicela?).

Los antibióticos se podrán utilizar en las infecciones producidas por bacterias, que sean sensibles a un determinado antibiótico, y siempre que su pediatra se lo indique.

¿Son necesarios los antibióticos?

Hay que reconocer que los antibióticos, en general, han permitido curar algunas enfermedades que antes eran incurables.

Cuando decimos que no existen enfermedades, sino enfermos, queremos trasladar que el sistema defensivo (inmunológico) de cada paciente es distinto, y será el que, en numerosas ocasiones, controle una infección y colabore en el éxito del tratamiento antibiótico ya que ayuda al cuerpo a defenderse de las bacterias que lo atacan.

¿Cómo se elige el antibiótico a utilizar?

El médico lo elegirá en función de la bacteria de desee tratar (bien por un cultivo o basado en la experiencia), de la sensibilidad que ésta tenga, de la gravedad de la enfermedad, de la toxicidad del antibiótico, de los antecedentes de alergia del paciente y del costo del medicamento. En algunas infecciones va a ser preciso combinar varios antibióticos.

¿Cuál es el mejor antibiótico?

No existe el antibiótico ideal. En primer lugar, intentaremos siempre realizar el diagnóstico lo más ajustado posible, para poder indicar luego el tratamiento adecuado. Por ello hay que desechar los comentarios populares del tipo de «es el mejor, el más fuerte, el más moderno o el más caro».

Habría que buscar el que fuera específico para la bacteria que deseamos tratar, que no provoque resistencias, que esté exento de efectos secundarios y que sea económico.

¿Cómo administrarlo?

Se puede administrar por vía oral (por la boca en forma de jarabe, sobres, cápsulas), de forma tópica (directamente sobre la piel o mucosas: colirios, gotas, cremas, etcétera) o por medio de una inyección (intramuscular o intravenosa).

La vía de administración se elegirá siempre en función de la situación en que se encuentre el paciente. En la actualidad los «pinchazos» no son tan necesarios, ya que se dispone de muchos antibióticos que, administrados por vía oral, tienen la misma eficacia que los inyectables. Las infecciones graves suelen requerir la vía intravenosa.

¿Qué efectos adversos pueden tener?

La más importante es la reacción alérgica, que suele aparecer en forma de una erupción en la piel (con picor intenso), a veces con dificultad para respirar, e incluso pérdida de conciencia y shock. Esta reacción puede ser más intensa si el antibiótico se administró en inyección.

En otras ocasiones los antibióticos pueden provocar diarrea, picor en boca o lengua, o provocar el crecimiento de otras bacterias u hongos.

La administración continua o repetida de antibióticos para enfermedades menores favorece la aparición de resistencias al antibiótico utilizado, por lo cual si una vez lo vamos a necesitar, su eficacia va a ser menor.

Los antibióticos pueden ser, en determinadas ocasiones, afectar a riñones, hígado o sistema nervioso.

¿Cual es el papel del pediatra?

Ante un proceso febril, el pediatra estudiará si está ocasionado o no por un proceso infeccioso. Si así fuera, y piensa que la causa del proceso es de origen bacteriano, indicará el tratamiento antibiótico más adecuado, tanto en cantidad, en frecuencia de administración y en duración del tratamiento.

El antibiótico estaría indicado para curar la infección bacteriana del niño o niña, y no para tratar la angustia de los padres.

Debe quedar claro que no todo proceso febril es infeccioso, y que no todo proceso infeccioso necesita tratamiento antibiótico.

¿Y el papel de la familia?

Ni más ni menos que seguir las indicaciones del pediatra (medicamento, dosis, frecuencia, duración), evitando presionar al pediatra o al farmacéutico para que le indique un antibiótico que no precisa.

Se procurará evitar la automedicación, muy especialmente, en cuanto al uso indiscriminado de antibiótico se refiere.

No olvidemos que los antibióticos bien utilizados pueden ser muy beneficiosos para la salud de los niños, pero mal utilizados pueden ser ineficaces y hasta perjudiciales.

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