Podrán poner la celebración de Halloween en entredicho todo lo que quieran, pero no podrán discutir que se afianza año tras año como una fecha señalada en el calendario escolar. Qué más da si es una fiesta de importación, o si hay que reivindicar en ella orígenes celtas o cualquier otra cuestión, si el caso es que celebrarla es toda una diversión y tiene, además, un sinfín de posibilidades para el aprendizaje, se mire por donde se mire. La escenografía propia de Halloween, con sus disfraces y maquillajes, estimula la creatividad plástica; también se pueden hacer pinitos en la cocina, elaborando dulces; vale además para saber más sobre sensaciones como el miedo o el suspense; y, cómo no, saber sobre su origen es una forma de enriquecerse culturalmente.