Cuando todas la mañanas de los últimos diez meses Susana salía al patio de su colegio y se sentaba en una esquina esperando el momento en que los profesores se distrajesen para poder acceder a su rincón secreto. En ese tiempo, no se juntaba con nadie. Parecía poseída por un ser maligno que le impulsaba a hacer cosas desagradables. No soportaba a nadie y no quería tratos con los que antes eran sus amigos. Sus preciosos ojos negros se volvían blancos y siniestros y su elegante melena de pelo liso se encrespaba y le tapaba la cara.
Ella no quería ser así, pero una extraña fuerza la llevaba a comportarse de mala manera. Para colmo, estaba engordando muy rápidamente y cada día tenia menos fuerzas para moverse. No sabia que le pasaba pero debía ser cosa de alguna pócima o embrujo maligno.
Pese a su carácter, su antigua mejor amiga, Elena, decidió acercarse para intentar ayudarla. Ella sabia que en aquel colegio ya había pasado algo parecido hace muchos años y debía investigar qué le pasaba a Susana.
Elena era una niña muy risueña y curiosa que le gustaba hablar con todas las personas, por lo que no tenia miedo a acercarse a Susana.
El primer día Susana le dio un empujón y le dijo:
-Pesada, déjame en paz y vive tu vida.
Después se levantó y pesadamente se alejo para desaparecer por una vieja puerta que debería estar cerrada.
Pero Elena no se desanimó y tras unos cuantos fracasos Susana le contó su historia.
-Como sabes, yo era una niña muy alegre que me encantaba jugar con mis amigas, pero un día descubrí la vieja puerta. La toque y de repente se abrió. Detrás de la puerta había un pasillo oscuro lleno de telarañas, y en un rincón un pupitre lleno de polvo. Era asqueroso, pero una vocecita me obligaba a ir hacia él. Parece una tontería pero el pupitre me había elegido.
-Te eligió a ti, ¿para qué? -preguntó Elena.
-Para nada especial, simplemente levanté la tapa superior del pupitre y allí estaba.
-¿Qué estaba? -añadió Elena.
-Estaba él. Un paquete brillante con una preciosas chuches de azúcar rosa. Eran preciosas y sabían a gloria. Una vez que las pruebas el resto de la comida no tiene sentido.
Elena se quedó boquiabierta. No entendía cómo una chuche podía hacer eso, pero Susana continuó.
-Ésta no es una chuche cualquiera. Si la pruebas sólo querrás comer azúcar.
Evidentemente éste era un caso muy peliagudo, pero Elena estaba dispuesta a romper el maleficio de la chuche del pasillo embrujado. Durante dos semanas estudio en la biblioteca cómo acabar con el hechizo y al final llegó a la conclusión de que Susana debía empezar a comer otras cosas.
Así pues, le hizo un bocadillo de atún con lechuga y tomate. Estaba riquísimo pero Susana ni lo miró. Agachó la cabeza y volvió al oscuro pasillo a tomas su pócima de chuche.
Como la cosa no pintaba bien, decidió recurrir a profesionales. Se acercó al comedor y le pregunto disimuladamente a uno de los trabajadores.
-¿Qué harías para conseguir que alguien comiese verduras o fruta?
El chico se quedó callado y al minuto le respondió.
-Fácil, le presentaría la fruta y verdura de manera atractiva. Una vez que la pruebas ya no hay problema porque no hay nada en el mundo tan rico como una fruta o unas buenas verduras.
Con este consejo, Elena cogió varios libros de recetas y copió los platos más atractivos que encontró. Al día siguiente le presento a su amiga una fabulosa y colorida macedonia de frutas. Susana la miró y probó un poco. Su rostro cambió y empezó a comer aquella delicia. De repente una intensa luz salió del pasillo tenebroso pero Susana agachó la cabeza y decidió seguir disfrutando de aquella fruta. Cuando terminó, se levantó, se acercó a la puerta y la cerró para siempre. En ese momento se oyó un aterrador grito que cruzó todo el patio y el pasillo quedo en silencio.
Desde aquél día, Susana volvió a ser la niña alegre que todos recordaban y la verdad es que todos viven más felices. No ha renunciado a comer dulces, pero cuando toca y sin obsesión, porque un poco de azúcar no es malo pero mucho empalaga.