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Un dragón rosa chillón

Conoce a Filiberto, al que no le gusta rugir ni secuestrar princesas, sino... ¡cocinar pizzas!

Un dragón rosa chillón Ilustrador: Marc Bou

Todos los dragones del mundo nacen de huevos monocolor: huevos amarillos, huevos naranja, huevos verdes... Filiberto nació de un huevo de lunares que dejó a sus padres boquiabiertos.

A todos los dragones del mundo les encanta ensayar potentes rugidos. Suben a la cima de la montaña, respiran hondo y dejan salir el aire por sus fauces abiertas lanzando bramidos enormes. Filiberto se pasaba la vida cocinando pizzas cuatro quesos con el fuego de su nariz, adivinando acertijos divertidos y colgándose todos los adornos brillantes que lograba encontrar.

Y, por si esto fuera poco, todos los dragones del mundo son verdes, igual que un pimiento, un helado de pistacho o la melena del hada del bosque. Filiberto, sin embargo, era un dragón rosa chillón. Por eso, en Dragolandia miraban a Filiberto con desconfianza:

-Es más raro que una rana con flequillo -decían unos.

-O que un huevo con cejas -añadían otros.

Filiberto procuraba no hacer caso y seguía buscando orégano para sus pizzas, admirando su collar de cristales de colores o intentando adivinar el último acertijo que había encontrado:

Con un estrellado velo,

se pasea por el cielo

esta señora elegante,

llena, creciente o menguante.

Mas lo cierto es que los comentarios de sus compañeros se le clavaban en el corazón y le hacían mucho, pero que mucho daño.

Además de lanzar rugidos huracanados, los dragones tenían varias misiones importantes en la vida: secuestrar princesas, enfrentarse con valientes caballeros, servir de cabalgadura a brujas terribles, custodiar un tesoro y no dejar, por nada del mundo, que un hada los convirtiera en príncipes.

A Filiberto ninguna de estas tareas le entusiasmaba, para qué nos vamos a engañar. Pero, como quería ser un dragón popular al que todos apreciaran, tomó una decisión:

-Me voy a convertir en el mejor dragón del mundo -afirmó.

Y para eso no tenía más que imitar a los demás: secuestrar a una princesa.

Una mañana de sol, Filiberto dejó horneada una pizza tan grande como la rueda de un carro, se colgó su mejor collar hecho de estrellas de mar y se puso a darle vueltas a una de sus adivinanzas:

Las dibujan coloradas

y con manchas amarillas.

Todos los duendes y hadas

las usan como sombrillas.

«Voy a secuestrar a una princesa», se dijo. Y, después de atarse sus zapatos rojos, salió volando.

Filiberto la buscó entre las nubes algodonosas del amanecer, encima del monte nevado, en el fondo del lago sereno, detrás del roble centenario... Pero nada.

«No encuentro princesas por ningún lado», se lamentó. «¿Qué voy a hacer ahora?»

-Pues buscarla en la torre de un castillo, que es donde viven las princesas -refunfuñó un cuervo que revoloteaba sobre su cabeza-. Eso lo saben todos los dragones.

Filiberto lo miró con cara de asombro y el ave siguió hablando.

-Allí la encontrarás, peinándose su larga melena con un peine de oro o entonando una bella canción.

-¡¡¡Gracias!!! -exclamó Filiberto-. Y sin perder un segundo, voló hasta el castillo más cercano.

Extraído del libro «Filiberto el dragón»

Autora: Carmen Gil

Ilustrador: Marc Bou

Colección Calcetín Amarillo

Editorial Algar

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