Es solo el tercer largometraje del director Rodrigo Sorogoyen y si algo deja claro es que hay que situarlo entre los nombres más interesantes y con mayor futuro del cine español. Y eso a pesar de que sus dos primeras películas, su opera prima 8 citas en 2008 y Stockholm en 2013, ambas merecedoras de mucha mejor suerte en las pantallas, tuvieron un estreno casi maldito. Pero la buena acogida de la crítica de esta cuarta y su Premio del Jurado al mejor guion en el Festival de San Sebastián, escrito por él mismo y por Isabel Peña, demuestran que está lejos de ser una simple promesa.
Que Dios nos perdone nos lleva al Madrid del verano de 2011, en plena crisis económica, y con el movimiento 15-M en su mayor efervescencia. En este marco, millón y medio de peregrinos esperan la llegada del Papa y conviven en un Madrid más caluroso, violento y caótico que nunca. En este contexto, los inspectores Alfaro (Roberto Álamo) y Velarde (Antonio de la Torre) deben encontrar a lo que parece ser un asesino en serie cuanto antes y sin hacer ruido. Esta caza contrarreloj les hará darse cuenta de algo que nunca habían pensado: ninguno de los dos es tan diferente del asesino.
Sigue la investigación de los dos policías, uno deslenguado y violento, el otro tartamudo y meticuloso, ante una ola de crímenes de ancianas cometidos por un psicópata. Lo más sorprendente es que está envuelto en un entorno realmente singular, con la presencia del Papa Benedicto XVI. El director, que admira el thriller -«soy un espectador voraz», asegura-, indica que esto se debe a que todo aquello fue tan curioso y brutal que había que contarlo. «Queríamos escribir -añadió- un thriller y pensamos que ese contexto sería único, con la visita del Papa, los peregrinos... Pero vimos que tenía mucho que ver con los personajes, que les influía mucho, como les pasó a los habitantes de Madrid aquellos días».
