Esta es una película que surgió fruto de la iniciativa del actor Tom Hanks que en 2012 tuiteó lo mucho que le había gustado la novela de Dave Eggers. Al ganador de dos premios Óscar, sin embargo, se le planteaba una duda: «Había leído -dijo- varios libros y artículos de Dave Eggers, incluida la publicación que sacó con McSweeney's. Devoré Esperando al rey de una sentada y al terminarlo una pregunta me rondaba la cabeza: ¿el autor vería bien que se hiciera una película basada en su libro?». Si no bastara con esto, poco después supimos que el texto tocó también la fibra del director Tom Tykwer de forma muy particular. Recuerda -declaró- que le pareció una novela muy actual, y por ese mismo motivo sabía que no había tiempo que perder: ¡había que llevarla al cine ya!. Pensaba que el libro de Eggerss, además de retratar a la perfección el mundo contemporáneo, también tiene ese aire de novela clásica, de obra que perdura en el tiempo. Esa combinación de actualidad y atemporalidad le cautivó, y por eso se centró de lleno en poner en marcha la producción.

La película nos sitúa en 2010. Con los efectos de la recesión todavía muy presentes, el empresario Alan Clay está arruinado, deprimido y recién divorciado, pero acaba de aterrizar en Yeda (Arabia Saudí) para cerrar un trato con el que espera darle un giro a su vida. Su misión: vender un avanzadísimo sistema de teleconferencia por holograma al gobierno saudí. Solo y desorientado en esta tierra desconocida, Alan hace buenas migas con Yousef, el taxista que le lleva hasta la «Metrópolis Real de Economía y Comercio», una cuidad fantasma surrealista repleta de rascacielos deshabitados y edificios a medio construir en medio del desierto. El recibimiento burocrático que le aguarda en el «Centro de Bienvenida» le desconcierta casi tanto como encontrarse a su equipo de informática hacinado en una tienda de campaña, preparando su gran presentación sin aire acondicionado. Por si eso fuera poco, después de tantas idas y venidas, tampoco le queda muy claro si el rey va a hacer acto de presencia en la reunión. Al volver a Yeda, un estresado Alan acaba en el hospital. Poco a poco, el empresario va entendiendo la cultura del país a través de sus nuevas amistades.

A la hora de adaptar la historia de Eggers para la gran pantalla, Tykwer aprovechó el encanto natural de Hanks para centrarse en los elementos más cómicos de la dramática situación de Alan Clay:«La novela tiene un sentido del humor extraño, mezclado con muchos momentos melancólicos e incluso trágicos». Hanks señaló que «es como si Alan estuviera solo en un iceberg, o en un desierto, en este caso. No parece que tenga amigos y por si eso fuera poco, le ha salido un bulto en la espalda. A las tres de la mañana, en pleno ataque de insomnio, se convence de que ese bulto va a acabar con él lentamente, gotita a gotita, como un iceberg derritiéndose hasta desaparecer».