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Mi gran noche

De la Iglesia y Raphael, un dúo explosivo

La grabación del especial de Nochevieja (en pleno agosto) es el escenario de la película

De la Iglesia y Raphael, un dúo explosivo

Es una película que hizo reír a buena parte del público que disfrutó con ella en el Festival de San Sebastián, donde tuvo lugar su presentación oficial, y nos devuelve al Alex de la Iglesia de las comedias y del humor después de haberse alejado de ese ámbito tan vinculado a su obra con títulos como Los crímenes de Oxford, Balada triste de trompeta, La chispa de la vida y Las brujas de Zugarramurdi. Lo hace, además, de la mano de un Raphael que regresa al cine menos que pasados 42 años desde que rodó su anterior cinta, Volveré a nacer. Novedades de peso, sin duda, que se ubican en un espacio único en el que los personajes se mueven, crecen y mueren. Como decía el director, «se trata de un espejo que deforma la realidad, alterándola para así hacerla reconocible. En lo grotesco encontramos esa distancia necesaria para vernos en conjunto, dibujados con trazos gruesos que nos separan del fondo, de manera clara y distinta».

Jose, en paro, es enviado por una ETT de figurante a un pabellón industrial a las afueras de Madrid, para trabajar en la grabación de un programa especial de Nochevieja, en pleno agosto. Cientos de personas como él llevan semana y media encerrados día y noche, sudando desesperados mientras fingen reír, festejando estúpidamente la falsa venida del año nuevo, una y otra vez. No hay nadie contento. Alphonso, la estrella carismática de la canción, es capaz de todo para asegurarse que su actuación tendrá el máximo share.

Adanne, su antagonista, joven cantante latino, es acosado por las fans que quieren chantajearle. Los presentadores del programa se odian, compitiendo entre sí para ganarse la confianza del productor, que lucha por impedir el cierre de la cadena. Pero lo que nadie espera es que la vida de Alphonso corra peligro. Mientras ríen y aplauden sin sentido actuaciones que no ven, los figurantes enloquecen, y nuestro protagonista se enamora. ¿Podrá sobrevivir un hombre bueno a esta espiral sin sentido que es la vida?.

De la Iglesia dice haber elegido la comedia porque en ella lo grotesco, la exageración, se nos presenta delante de nuestros ojos atrapado en ese mundo cerrado, como una propuesta separada, sin mancharnos con subjetividades. «El espectador, al involucrarse en la trama, experimenta el sufrimiento de los personajes de igual manera que en la tragedia. Después de presenciar el espectáculo grotesco de la comedia se entiende mejor a sí mismo, pero repito, nadie le obliga a cambiar sus decisiones, sólo a reírse de ellas», afirmó. Para el director vasco en su comedia, "el principal defecto de los personajes es, quizá, su confianza en la realidad, creer que la vida tiene sentido, que puede ser comprendida, olvidando que su principal objetivo es dejarse llevar, ser felices, más que ser sabios».

Lo que aseguró De la Iglesia es que la cámara no para quieta, moviéndose entre los personajes como uno más, siempre en movimiento, intentando atrapar esa sensación de tiovivo grotesco. «Un parque de atracciones -prosiguió- habitado por monstruos, payasos crueles, tentempiés sonrientes que no se detienen en su movimiento continuo. La comedia necesita de esa urgencia para imitar la vida. Ese recurso de movimiento incesante está acompañado de música y ritmo. Quiero que las secuencias de diálogos parezcan números musicales, y los números musicales, diálogos enzarzados entre bailarines. Un inmenso ritual dionisiaco donde los espectadores no tienen respiro, descubriéndose a sí mismos como parte de la pantomima».

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