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Drácula. La leyenda jamás contada

La verdad sobre un icono del mal

La película ahonda sobre la vertiente humana y personal de Vlad III de Velaquia

Pretende mostrar la verdadera imagen de uno de los iconos más emblemáticos del cine de terror, Drácula, y lo hace partiendo de una doble base muy firme, la novela de Bram Stoker que ha sido el sedimento habitual de sus incursiones en la pantalla, y lo que es mucho menos frecuente, su condición de personaje histórico real, Vlad el Empalador. Porque si algo está claro es que Drácula fue un ser tan aterrador para millones de personas como los vampiros de los mitos antiguos. A ambos factores hay que unir la casualidad de que cuando llegó a manos del productor Michael de Luca, obsesionado desde pequeño por todo el fenómeno del vampirismo, un guión de Matt Sazama y Burk Sharpless, no quiso dejar pasar semejante oportunidad. «Me pareció ingenioso -dijo-, porque trataba de la historia jamás contada y de otro capítulo desconocido de un personaje arquetípico».

La película está arraigada en los misteriosos poderes que cientos de años de superstición han añadido al protagonista, pero empieza a partir de una figura histórica auténtica, Vlad III de Valaquia, también llamado Kaziglu Bey (El príncipe Empalador). Los guionistas se han basado en la vida del oscuro gobernante para tejer la fantástica historia. Para ello nos sitúa en el año 1462. Transilvania disfruta de un prolongado periodo de paz bajo el dominio del justo y luchador Vlad III, príncipe de Valaquia, y de su amada esposa Mirena. Juntos han firmado tratados de paz para el país y se han asegurado de que el pueblo esté protegido del avance del Imperio Otomano, decidido a conquistar el mundo.

Pero cuando el sultán Mehmed II exige que se le entreguen mil niños, entre ellos Ingeras, el hijo de Vlad, para incorporarlos a las filas de su ejército, Vlad se enfrenta a una difícil decisión: hacer lo mismo que hizo su padre con él y entregar a su hijo al sultán, o buscar la ayuda de un monstruo para derrotar a los turcos, a sabiendas de que su alma será encadenada para la eternidad.Vlad viaja a la Montaña de la Muela Rota, donde busca a un terrible demonio para llegar a un trato con él. El príncipe tendrá la fuerza de cien hombres, la velocidad de una estrella fugaz y el poder de derrotar al enemigo, pero a cambio sufrirá una sed insaciable de sangre humana. Si Vlad es capaz de resistir tres días seguidos, volverá a ser el de antes y quizá, con el tiempo, consiga salvar a su pueblo. Pero si bebe la sangre maldita, vivirá eternamente en la oscuridad, solo se alimentará de sangre humana y acabará destruyendo lo que más le importa.

Sorprende, por otra parte, que el director de este producto ambicioso y de notable presupuesto, estimado en cien millones de dólares, sea un recién llegado, el irlandés Gary Shore, que se ha dado a conocer por sus sorprendentes anuncios y el impresionante corto The Cup of Tears, pero que debuta en el largometraje. Y es que cuando se le hizo la propuesta, se quedó impresionado con el guión.

El productor y el director sabían que la dificultad de transformar a Vlad el Empalador en Drácula consistía en encontrar un elemento humano en el personaje. No olvidemos que la historia no ha sido muy generosa con el señor de la guerra que mataba a cualquiera que se cruzaba en su camino. Sin embargo, a Michael De Luca le sorprendió la compasión que Gary Shore mostró por el personaje. Sugirió que se abandonaran los elementos sensacionalistas conocidos por todos y se mirara más allá, a la lucha de un hombre para proteger a su familia.

Gary Shore, por su parte, resumió el sentido de la cinta: «Es una historia de iniciación, pero también gira en torno a la idea del legado. La mitología vampírica se basa en el legado, en pasar algo a la siguiente persona, sea ADN, recuerdos o una responsabilidad. Pensé que el público podría identificarse con la idea de padre/hijo. Me parece la parte más inspiradora de la historia. Para que la película funcionase, la vida interior de Vlad, así como los lazos emocionales con su mujer y su hijo, debían interesar al espectador».

Finalmente, el productor De Luca insistió en que era importante que el personaje tuviera raíces en el mundo verdadero con el objetivo de conseguir un equilibrio adecuado. «Vlad se enfrenta -expresó- a dos posibilidades, y la decisión de salvar a su hijo encamina al príncipe a realizar el último sacrificio. Es una historia con mucho humanismo, algo que no se espera en Drácula, pero se deja llevar por sus emociones. Nada más conocer a Vlad, nos damos cuenta de que es un hombre con emociones, un hombre que ama, además de tener poder y ser violento. Había que equilibrar todas estas emociones en la película».

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