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Ochenta años de la masacre sin cuadro

El 25 de mayo de 1938 Alicante sufrió el bombardeo fascista más sanguinario de la Guerra Civil

El Mercado Central de Alicante en la actualidad . rafa arjones

Los años treinta eclosionaron vehementemente en una Alicante pujante, culta; pero también revuelta, violenta e inquietante,como lo sería el país durante toda la década. Quemas de conventos y duermevelas de noche y simposios con Unamuno, Alberti y Figueras Pacheco de día. Una dualidad adictiva, peligrosa y trepidante. De vida difícil y película de las buenas.

En una Europa turbulenta y bajo un terrorífico clima de enemistad, vileza y necesidad; España comenzó a resquebrajarse. El 18 de julio de 1936 la Península recibía el azote de la contienda, un conato de Golpe de Estado militar contra la Segunda República que fracasaría para dar origen a tres años de sangre. Una Guerra Civil fraticida, cainita, de mucha sangre, mucho sudor y mucha lágrima.

Lejos del frente

Alicante inició el conflicto en retaguardia, alejada del principal pie de batalla aunque eminentemente fiel a la República. Cinco meses antes del estallido, en febrero de 1936, el frente Popular había arrasado en las elecciones (logró el 80% de los votos) y la ciudad se erigió como uno de los bastiones más convencidos de la defensa. Sin embargo, no tardó mucho en ser embestida por la cólera enemiga, un escarmiento sangriento con el único objetivo de mermar paulatinamente la moral de los ciudadanos. En 1936 Alicante sufrió sus dos primeros bombardeos de la Guerra Civil, en la que cuatro personas perderían la vida. Al año siguiente, recibiría cinco ataques aéreos mucho más devastadores: 46 muertos y 109 heridos.

La ciudad consumía hojas del calendario entre la carestía, el acogimiento a refugiados, el miedo diario y la carrera desesperada a los refugios. En apenas un año, Alicante se protegió de lo que venía y construyó 41 refugios antiaéreos contra reloj. Fueron muchos, casi un centenar. Pero no bastaron. Y los sublevados avanzaban sin piedad por el territorio nacional. A primeros de 1938 los rebeldes cerraron con éxito la Batalla de Teruel tras más de dos meses de un combate en el que perdieron la vida casi 40.000 personas. La República cedía terreno, Teruel abría el camino a los sublevados del este peninsular.

La población civil, bombardeada

El 25 de mayo de 1938 Alicante amaneció radiante, pero unas pocas horas después el horror la golpearía para siempre a las 11.15 de la mañana. El reloj del Mercado Central se paró, también las vidas de más de 300 personas (la mayoría mujeres y niños) que trataban de encarar con normalidad una vida cercenada desde años atrás por los intereses personales, políticos y revanchistas de los altos cargos. Las víctimas, algunas fuentes dicen que llegaron a ser 393, fueron esta vez población civil. Era una orden. Había que aterrorizarla, minar su moral, que se dejaran arrastrar por los idealistas de panfleto en mano y pistola en el bolsillo.

El centro de la ciudad quedó destrozado, el parte de guerra republicano habló de 50 edificios destruidos, también de multitud de heridos y un reguero de sangre atroz. «Ataque deliberado a la zona civil», denunciaba el informe de la Comisión Técnica Inglesa unos meses después. El horror se apoderó de Alicante después de que nueve aviones italianos Savoia S-79 «Sparviero», procedentes de Mallorca por orden expresa de los golpistas, arrojaran deliberadamente sin piedad más de seis toneladas de explosivos a la ciudad. En total, 90 bombas (56 de 100 kilos, ocho de 20 y 20 de 15). Era y sería hasta el final de la nefasta Guerra Civil, el bombardeo más sanguinario de la contienda.

Aquel día las sirenas antiaéreas no alertaron de la tragedia. «Los aviones no entraron por el mar, sino por el interior, escapando así de ser detectados», asegura Roque Moreno, catedrático de Historia de la Universidad de Alicante. Dejaban atrás más de 300 vidas. «La idea era empujar a la población a la rendición», explica Moreno. Aquel 25 de mayo de 1938 había llegado un buen suministro de comida al Mercado y la gente había acudido rauda a comprar. No importó. El cielo se cubrió de ruido e infamia. Las alarmas sonaron ya tarde y el centro de la ciudad se cubrió de sangre y metralla, de polvo y olvido.

Un horror arrinconado

El cielo de Alicante rugiría más veces durante la Guerra, también el de la provincia (Torrevieja, por ejemplo, sólo tres meses después con 19 muertos) pero nunca como aquella mañana que vetó la libertad y la felicidad a cientas de familias de la capital. Durante los tres años de la contienda se produjeron 71 bombardeos (38 de ellos a la población civil) sobre Alicante ciudad que provocaron alrededor de 500 muertos. Nunca se sabrá con exactitud cuántos. No pareció importar mucho a quienes vinieron después. Sin ir más lejos, Franco se pronunciaba así sólo un mes después del ataque al Mercado Central: «El bombardeo de las poblaciones civiles por nuestros aviones, lo afirmo rotundamente, no existe. Se bombardean tan sólo objetivos de carácter militar. Es cierto que se producen bajas entre la población civil. Y son muy de lamentar. Pero el Gobierno rojo, lejos de evitarlas, las sitúa cerca de los objetivos militares. Después de todo, el ejército rojo necesita y desea esas víctimas para su propaganda».

Esa actitud de olvido imperaría para siempre sobre el bombardeo del Mercado Central. Los muertos descansarían durante casi 60 años sin lápida ni recordatorio alguno. Varias fosas comunes del cuadro 12 del cementerio de Alicante albergaron hasta 1995 las heridas del pasaje más negro de la historia de la ciudad en un absoluto y peligroso anonimato. Una herida silenciosa. Una herida aplacada a la fuerza durante el franquismo y abierta sigilosamente en democracia.

Pese a la rotundidad del ataque, el bombardeo de Alicante de 1938 quedó sepultado para siempre por la celebridad del de Gernika, con unas 200 víctimas menos pero con el retrato sempiterno que le hizo Picasso en 1937 y que se convirtió en una de las obras de arte más importantes del siglo XX y, por supuesto, en la pintura bélica más significativa de la historia de España junto con Los fusilamientos del 3 de mayo, de Goya.

Alicante también olvidó, aunque en los últimos 25 años la ciudad ha ido haciendo memoria. Muy poco a poco. En 2006 rindió homenaje con una placa a los caídos en el fatal bombardeo de 1938. También en 2011, no sin cierto revuelo político, y la plaza pasó a llamarse «25 de mayo». Dos años más tarde, en 2013, se colocó en ella una placa con 300 agujeros en honor a los fallecidos que cada aniversario recibe flores y gestos que ayudan a que la masacre no caiga todavía más en saco roto. En 2016 el extinto tripartito aprobó sustituir la nomenclatura de unas 47 calles y plazas de Alicante por su vinculación al franquismo y en aplicación de la Ley de Memoria Histórica. Un año después un juzgado tumbaría la aplicación al estimar el recurso de nulidad interpuesto por el Partido Popular.

Un homenaje «invisible»

La exconcejala de Memoria Histórica, María José Espuch, de Compromís, lamenta no poder llevar a cabo los preparativos organizados para el 80 aniversario del bombardeo del Mercado por el cambio de gobierno en Alicante. «Mi idea era traer a los alcaldes de las poblaciones más bombardeadas durante la Guerra: al de Gernika, al de Granollers, a Ada Colau de Barcelona, a Ribó de Valencia y hermanar así a todas las ciudades y dar más visibilidad a la crueldad de este episodio». Por el momento el PP no ha detallado todavía qué actos habrá. «No confirman nada, lo quieren ocultar hasta el último momento para no darle bombo», asegura Espuch, que critica que la Concejalía de Memoria Histórica haya quedado «difuminada» tras la llegada de los populares a la alcaldía. «No comparto esa afirmación», se defiende la actual concejala, María Dolores Padilla, que no quiso desvelar los actos que se llevarán a cabo el próximo viernes, fecha en la que se cumple la efeméride. «La historia de Alicante no se quiere contar», prosigue Espuch, que mira más allá e intuye que tampoco habrá en 2019 demasiado apoyo institucional en el 80 aniversario del final de la Guerra Civil. «Es una pena que desaprovechemos los testimonios de la gente que vivió aquello y que todavía lo puede contar a los más jóvenes», confiesa Espuch. Al homenaje del año pasado acudieron por primera vez alumnos de Secundaria, pero el acto volvió a teñirse de tintes políticos. «No aplaudas, Luis, gracias a gente como vosotros que hicisteis la represión nosotros y los jóvenes venceremos los recursos judiciales. Se comienza por el olvido y se acaba por la indiferencia», le espetó el entonces alcalde, el socialista Echávarri, al popular Barcala. «Hoy no es día para broncas, es un acto para estar en contra del horror de la guerra», le respondió el actual primer edil de la ciudad.

Alicante, el último reducto

Sumida en el caos, la confusión y el reguero incalculable de republicanos en busca de un billete que les librara del franquismo y de la muerte, Alicante cerraba el mes de marzo de 1939. Doce mil personas esperaban en el puerto un exilio que se tornó agónico. El Gobierno de Negrín había abandonado el país desde el campo de aviación de Monóvar y el paso de las fuerzas italianas ya se dejaba sentir con saña por la provincia. El buque franquista Canarias trataba de torpedear cualquier huida hacia adelante de los republicanos desde el puerto de Alicante, pero el Stanbrook logró evacuar a 2.638 personas el día 28 rumbo a Orán gracias a la gallardía de su capitán Archibald Dickson, homenajeado recientemente por la ciudad con un busto a la orilla del mar donde salvó miles de vidas. Otras no tuvieron tanta suerte. Era el final de la Guerra. En Alicante se quedaron más de 13.000 personas en tierra, esperando un rescate que nunca llegó. Muchas de ellas, con la Dictadura recién estrenada, acabarían en el campo de concentración de Los Almendros, ubicado en el actual barrio de La Goteta; y muchos otros, en el de Albatera.

El 30 de marzo de 1939 la División Littorio y las tropas italianas ya pisaban con fuerza las calles de Alicante; un día antes había salido del puerto -otra de las zonas más castigadas por los bombardeos durante la Guerra- el buque Maritime con 30 pasajeros.

El horror de aquel 25 de mayo en el Mercado había copado hasta la portada del prestigioso New York Times. Alicante, igual que España, comenzaba a olvidar a la fuerza. Tampoco quedaron apenas fotos de la masacre ni del trienio bélico. El fotógrafo de la época quemó la mayoría de los negativos por el temor de implicar a alguien. Las heridas no se cierran si no se curan por dentro.

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