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Semana y media

La dacha de nuestro Lenin

La semana, de lunes a viernes, desde el particular punto de vista de Andrés Castaño

La dacha de nuestro Lenin

14 lunes - NO LA TOQUES OTRA VEZ, SAM

Cierta propensión al sadismo me ha impulsado a visionar algunas de las actuaciones del sábado en Eurovisión, un festival que cada año supera su récord de estupideces musicales y coreográficas perpetradas en el menor tiempo posible. Venció la canción israelí, un impecable espanto interpretado por una Madame Butterfly vestida por un daltónico a la que acompañaban decenas de gatitos chinos de la suerte. He logrado olvidar a los gatitos, pero no a Rasmussen y su horda danesa, unos vikingos que entonaron un canto de guerra mientras llenaban de humo el escenario. Ahora bien, mi temor era levitar de nuevo con la representación española. Por una mezcla de maldición artística y falta de clarividencia estratégica, España suele desbordar por ambos flancos los límites del festival, una hazaña inverosímil: cuando optamos por la cutrez más desinhibida, el jurado bufa con desprecio; cuando bandeamos hacia la melodía empalagosa y la dramatización cursi, sólo logramos conmover a los rumanos. Una parábola nacional o la leyenda negra con partitura, ustedes mismos.

15 martes - ATRAPADO EN EL TIEMPO

La cita más elocuente del nuevo presidente de la Generalitat no es ninguna de las que denotan una severa congestión de intolerancia. Quim Torra escribió hace diez años: «En Barcelona siempre te acaba adelantando un grupo de niños hablando en castellano. Nada indica que aquello sea la calle de tus padres y tus abuelos». Afortunadamente, añado. Torra es emocionalmente uno de aquellos niños en blanco y negro, pero esa nostalgia ceñida a la fantasía de una tribu amenazada carece tanto de ingredientes racionales. Nacido en 1.962, la infancia de Torra transcurrió en la Barcelona del «La, la, la» censurado a Serrat y de la prohibición de «Els Segadors», del callejero españolista y de una tumba clandestina para Companys. Parece absurdo que Torra añore aquello, salvo si su nacionalismo no es más que melancolía absorta en un paraíso imaginario que jamás pudo existir durante el franquismo. En la aldea global de 2018, los niños hablan catalán o castellano, árabe o mandarín, y no pasean por calles adoquinadas sino por autopistas virtuales. Con frecuencia se olvida que el «buen salvaje» que resiste el asedio del tiempo no deja de ser un salvaje.

16 miércoles - CUM LAUDE

La única coincidencia entre Churchill y Hitler es que ambos carecían de formación universitaria. Pero esto no era excepcional en la política europea de la primera mitad del siglo XX, en la que abundaban sindicalistas, empresarios, militares, terratenientes e incluso algún clérigo con dispensa. Más tarde, la creciente complejidad de los asuntos públicos impuso un arquetipo de político profesional oficiosamente cualificado por su expediente académico. Sin embargo, este proceso degenera en las democracias fuertemente partitocráticas, por la tendencia de los partidos a tejer redes clientelares, y el bagaje intelectual deja de ser previo para convertirse en subsiguiente: el universitario ya no se hace político, sino que el político se hace universitario. Naturalmente, esto desencadena un catálogo de triquiñuelas entre las que el máster de Cifuentes apenas es una viruta. Ahora ha irrumpido la supersónica licenciatura en Derecho de Pablo Casado, previsible candidato del PP a la alcaldía de Madrid, que aprobó doce asignaturas en medio año. Aunque el PP no monopolice los expedientes enterrados en el jardín ni los currículos de mercadillo, la gesta de Casado es digna de Pico della Mirandola, que podía recitar la Biblia del revés.

17 jueves - LA CASA COMÚN

El tránsito de revolucionario a socialdemócrata se mide en metros cuadrados, los que van de la VPO con portero automático desconchado y parquecillo mustio a la casona amurallada con piscina rodeada de césped. No hay espacio para reproducir el censo de descamisados juveniles que mutaron en respetables burgueses, aunque con la conciencia social intacta, en cuanto toparon con los presupuestos generales del Estado y su panoplia de salarios, dietas, complementos retributivos y planes de pensiones. Pablo Iglesias es el último peregrino de esta ruta de adaptación cómplice al entorno y quedo a la espera de que algún disidente recuerde interesadamente ese aforismo un tanto ñoño de que si uno no vive como piensa, acaba pensando como vive. La austeridad es elogiable si uno debe permitírsela, pero peca de derroche innecesario cuando se ofrece la alternativa del «dolce far niente» retribuido. Esto no desmiente forzosamente el neobolchevismo sobreactuado de Podemos y su querencia por la épica incendiaria: el icónico Lenin viajó al destierro zarista en Siberia con su esposa, su madre y su criada, que también era su amante. Tras la próspera revolución, simplemente se mudaron a una dacha más espaciosa en Moscú.

18 viernes - EL HÁBITO DE LA DESDICHA

«La falta de hacienda es grande, pero la falta de reputación pesa más», escribió un consejero al valido Olivares cuando comenzó a caer la noche sobre el imperio donde nunca se ponía el sol. Hace unas semanas, la justicia alemana excarceló a Puigdemont alegando dificultades para adecuar la acusación española a su legislación. Anteayer, los belgas prescindieron de retórica jurídica y rechazaron la euroorden contra otros tres fugados por motivos de forma. Tras la humillación de que los alemanes nos traten como parientes próximos de Maduro, los belgas se han mofado descarnadamente de unos tipos que prefieren el aceite de oliva a la mantequilla y ni siquiera saben redactar una orden de detención. Ni Alemania ni Bélgica asilarían (porque, en gramática parda, ambas están concediendo asilo) a un clan de golpistas bretones o lombardos y esta es la balanza que pesa la reputación de un Estado: el respeto que recibe desde la igualdad de trato. A España se le niega tanto como ella no lo exige. Esa es nuestra reputación.

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